sábado, 25 de diciembre de 2010

CUENTO DE NAVIDAD

Quiero aclarar una cosa antes de contar mi historia, y es que nunca me he sentido alguien especial. Soy un tipo corriente, con un trabajo corriente que un día tuvo un momento de inspiración y en ese instante se sintió grande e importante. Pero todo me vino rodado. Un niño necesitaba ayuda y yo estaba en el sitio correcto en el momento oportuno. Pero sobre todo vestido de la forma adecuada. Sin embargo todavía estoy pensando quien ayudó más a quien, si yo al niño o el niño a mi.

Siempre había trabajado en la UVI de un hospital grande, en una ciudad grande. Allí terminé mis estudios, realicé mis practicas y empecé a trabajar. Pero no era mi sitio. Yo había nacido en un pueblo pequeño del cual salí para estudiar. Allí había dejado mi hogar, mi familia, los paisajes que imprimieron mi carácter solitario, mis amigos y mi novia. Todo aquello que añoraba, mientras estuve lejos de allí. El caso es que cuando saque mi plaza en las oposiciones del Insalud, la presión que esta soledad ejercía sobre mi, me llevó a solicitar un puesto en el pequeño centro de salud de mi pueblo. Así podría estar más cerca de todo aquello que tanto extrañé.

Al principio todo fue maravilloso, volver a ver a mis padres y besar a mi novia significó una felicidad sin límites. Pero con el tiempo todo volvió a la normalidad y entendí que algo había cambiado en mi. En aquella tremenda ciudad pasabas desapercibido, nadie te conocía pero el llegar al hospital y ayudar a que toda aquella gente volviera a sonreír, hacía que me sintiera bien conmigo mismo. Sin embargo en el pueblo todo era al revés. Por la calle todo el mundo te saludaba, todos te conocían, pero la gente llegaba enferma al centro de salud y se iba enferma. Después se curarían en casa pero yo no podía verlo. Así un día tras otro. Lo único que me sacaba de la rutina eran los avisos domiciliarios, y las visitas a ancianos que no podían acercarse al centro. Sin embargo seguía viendo gente enferma, no tan grave como la del hospital pero enferma al fin y al cabo.

A mis padres y a mi novia no les podía decir que me estaba cansando de estar allí. Pero ellos notaban que algo pasaba. Yo siempre achacaba mi desánimo a enfermedades imaginarias, al continuo cansancio, a no dormir lo suficiente y seguía disimulando. Mis amigos que algo sabían trataban de animarme y aconsejarme, pero ahora lo que extrañaba era el continuo ajetreo del hospital. Ahora echaba de menos un caso grave y emocionante, donde realmente pudiera sacar lo mejor de mi. Aquello para lo que tanto me había preparado. Porque eso era lo que yo pensaba de mi profesión hasta mi llegada al pueblo. Pensaba que era emocionante.

Los cinco primeros meses pasaron rápidamente y tras ellos llegó la navidad. Era la noche de nochebuena y yo había quedado con mi novia en disfrazarme de Papa Noel para dar una sorpresa a sus sobrinos. Terminamos con las consultas y sólo quedábamos en el centro de salud, el médico de guardia y yo. El preparaba la mesa pues en una hora llegaría su mujer para cenar con él. Eran las primeras navidades que pasaban juntos y yo me hice el remolón con el disfraz para insistir en mi ofrecimiento.
- Venga Carlos vete a casa. Vosotros tenéis un motivo para montar una fiesta y yo necesito una excusa para escaparme de la mía.
- No seas tonto,- se negó él - verás como al final te lo pasas bien. Sólo tienes que proponértelo. Pero con convencimiento.

En esas estábamos cuando ante la puerta apareció una figura femenina aporreó la puerta y suplicó con la mirada que abriéramos. No iba lo suficientemente abrigada para el frío que hacía pero parecía acalorada. Tenía ojos de haber llorado, pero sobretodo lo que me llamó la atención fue su cara de preocupación. Su rostro reflejaba una gran tensión.
- ¿Qué pasa?- Preguntó Carlos antes de abrir. Pude ver sorpresa en su rostro. Pero no entendía porque no abría. Vale que era una noche en la que cualquiera que esté de guardia desea que no vaya nadie pero el rostro ensangrentado de la señora decía necesitar ayuda.
- Abre Carlos. - Le dije sin obtener la menos respuesta.
- Por favor ayudarme.- Quité las manos de Carlos que permanecían aferradas aún a las llaves, abrí y pregunté.
- ¿Qué necesita señora? ¿Qué ha ocurrido?- Dije apartándole el pelo de la frente sin ver de donde salía toda aquella sangre.
- No soy yo, es mi hijo. Su hermano le ha tirado por las escaleras y tiene una brecha enorme en la cabeza, creo que un brazo roto y Dios sabe cuantas cosas más.

Salí corriendo hacia el coche y al llegar un niño blanco y otro negro me miraban atónitos y con la cara ensangrentada desde el asiento trasero. Era como un anuncio de beneton llevado a la realidad. Su sorpresa era mayúscula y no entendía porque. La mujer había hablado de hermanos y esos niños mostraban grandes diferencias a simple vista. Yo debía ser el más sorprendido. Pero no me paré a pensar cogí al niño negro que era el que mostraba claros síntomas de ser el más dañado. Carlos seguía mirándome desde el quicio de la puerta.
- ¡Carlos ayúdame! - En ese momento reaccionó y me quitó al niño de los brazos, que seguía mirándome con los ojos como patos y la barbilla pegada al pecho. Tenía lágrimas derramadas por las mejillas pero en ese momento no lloraba, sencillamente me miraba sonriendo.
- ¿Qué tienes bonito?- Le pregunté al que quedaba dentro del coche.- ¿Puedes andar?.- Pero el niño no contestó. Me miraba con ojos de desconfianza.- ¿Qué pasa? No voy a hacerte daño solo voy a curarte, esa herida. ¿Puedes andar?.- Dije mientras alargaba los brazos hacia él y me vi las mangas rojas del disfraz. Entonces comprendí su cara de asombro. ¿Qué hacía aquel viejo bonachón en un centro de salud?- No tengas miedo, soy Papa Noel.- Dije sonriendo preguntándome que podría estar pensando. Pero era su expresión la que más me preocupaba pues no era de sorpresa, ni de emoción. Me miraba como si yo fuera el culpable de lo que acababa de pasarles. La crispación se reflejaba en su expresión. La madre había pasado con Carlos y allí me encontraba yo intentando convencer a un niño de que no tuviera miedo de mi. - ¿Pero que pasa ningún niño teme a Papa Noel?
- ¡Eres idiota!- Gritó el niño.
- Pero bueno, ¿a qué viene eso?
- Idiota, idiota, idiota, no entiendes nada.- En eso tenía razón no entendía que hacíamos allí con esa conversación mientras el seguía sangrando por la cabeza. No entendía porque aquel niño no hacía más que insultar a Papa Noel, cuando todos los niños le quieren. ¿Sería que no llevaba la barba y había descubierto que no era más que un impostor? ¿Sería que acababa de saber que la ropa que llevaba no era más que un disfraz de Papa Noel? - Gordo cabezón. No entiendes nada.

Mientras hablaba con él había examinado la herida y me aseguré de que no era de importancia. Me daría unos minutos más para convencerle de que viniera conmigo y si no lo conseguía me lo llevaría a la fuerza.
- ¿Podrías explicarme que es lo que no entiendo? Quizás de esa forma podría comprenderlo.- Nunca se me han dado bien los niños, por lo que exigía un esfuerzo para mi intentar acercarme a él. Lo que si sabía era que el dialogo era la clave.
- El año pasado mis padres me ilusionaron para pedirte un hermano y tu me trajiste un negro. Ese no es mi hermano.
- ¿A no? ¿Y como lo sabes?
- Es diferente a mi, todos los hermanos son del mismo color.- me dijo lleno de razones. Fue entonces cuando me dio pie para llevarle a mi terreno.
- Si entras conmigo y me dejas curarte la herida de la cabeza, te mostrare como no sois tan diferentes como crees.
- Mi madre dice lo mismo, pero yo se que no es así. Tu eres tonto.- Su enfado iba en aumento. Ahora podía reprocharme eso que había tenido dentro durante tanto tiempo. Y se lo estaba tomando muy a pecho. ¿Debería decirle que yo no era el verdadero Papa Noel y deshacerme de la culpabilidad que cargaba sobre mis espaldas?- Y esa sucio negro no tiene nada que ver conmigo.
- Ven conmigo y te mostrare que eres tu quien está equivocado.

Entramos en la consulta y limpie su herida con esmero, le puse unos puntos de aproximación y le pedí que me fuera explicando que había pasado.
- ¿Como te llamas?
- Javi.
- Cuéntame que ha pasado. ¿Cómo te hiciste esta herida?
- Yo no quiero un hermano negro. Es muy raro y mi madre últimamente sólo le quiere a él. Se pasa el día haciéndole mimos y dice que es porque yo no le quiero. ¿Pero como puede besarle? ¿No ve que es negro? Así que esta tarde le pegué, empezamos a pelear como siempre pero se calló por las escaleras. Fue muy gracioso.- Dijo sonriendo satisfecho de haberle dado lo que el creía su merecido.
- Mira para empezar los niños no deben ser crueles y pegarse y menos con sus hermanos pero, ¿te has fiado de que color era su sangre?
- Roja.
- Y la tuya también es roja ¿o no? Mira esta gasa. ¿Ves como no sois tan diferentes?- Los gritos de dolor del otro niño ya habían cesado, comprendí que le estarían limpiando la herida y por lo que me había parecido a simple vista iba a necesitar algún punto de sutura.
- Si, pero es negro.- Comprendí que no sería tan fácil como había pensado. Así que me armé de paciencia. Fui a buscar a la madre para que se quedara con Javi mientras ayudaba a Carlos. Después de asegurarme que Carlos no necesitaba más mi ayuda volví con Javi y empecé a explicarle. Me asaba de calor con aquel disfraz pero ahora ya no podía quitarme la falsa barriga, ni el molesto maquillaje.- Verás Javi, ahora recuerdo tu carta. -Tragaba pelo sin parar de la barba por lo que no dejaba de meterme los dedos en la boca para meter más pelos de los que sacaba.- Tu me pediste un hermano, ese fue el regalo que más me costó conseguir. Tuve que buscar por muchos países, porque ningún niño quería ser el hermano de un niño pegón.- Javi me examinaba con su gran mirada negra por lo que me esforcé por olvidar los pelos de la boca.- Así que después de mucho viajar un día me encontré con Rahim. Estaba solo y yo le hablé de ti. “Pero él me pegará” me dijo asustado. “No creas”, le dije yo, “tiene tantas ganas de tener un hermano que te seguro que te querrá mucho.”
- Pero yo no quería un hermano negro.- Me interrumpió.- El no es como yo.
- Eso es lo que tu piensas. ¿Qué me dirías si te dijese que todos llevamos un niño de otro color dentro de nosotros mismos?- Le dije preguntándome más a mi mismo hacia donde quería ir.
- Que es mentira.- Entonces algo iluminó mi imaginación. Situé a Javi bajo la luz de la lámpara y le dije señalando su sombra.
- Mira, ¿ves ahí?, ese es el niño negro que tu llevas dentro.- Y señalando la mía le dije- ¿Ves? Y ese es el mío.
- Eso es mentira, esa es solo tu sombra- movió la mano unos centímetros y dijo- y esa la mía.
- Eso es lo que a ti te han dicho porque hay niños que se asustan de saber que hay otro niño viviendo dentro de ellos. Pero todos los mayores sabemos que no es así. Cuando crezcas un poco te contarán la verdad. Todos lo seres humanos somos iguales y para que aprendiéramos a convivir entre nosotros, Dios nos hizo diferentes pero iguales. Cada niño blanco lleva uno negro en su interior para que aprenda a amarlos como a los que son iguales que él.- Si la cara de Javi reflejaba sorpresa cuando me vio la que tenía ahora era de autentica perplejidad.
- ¿De verdad?
- Claro, todo el mundo lo sabe.

No dejaba de mirar su propia sombra, sintiéndola más suya que nunca. Yo por mi parte no podía dejar de mirar su cara de asombro sonriendo de la ingenuidad y la credulidad infantil. Siempre me habían gustado los niños pero nunca había tenido que enfrentarme directamente a la crueldad de esos pequeños. No sabía si estaría haciendo bien engañándole. Tal vez cuando supiera la verdad sería peor, pero tal vez cuando fuera consciente de su engaño ya habría aprendido a amar a su hermano. La historia de la adopción que había dejado entrever su madre era muy dura y Rahim necesitaba no sólo el apoyo maternal sino también el de Javi.
- Pero eso no es verdad,- ¿Tan poco había tardado en comprender la verdad? Pensé sintiéndome descubierto. - ¿Entonces porque su sombra también es oscura? ¿Dónde está su niño blanco?- “¡Vaya!, buena pregunta” pensé “¿Donde estará su niño blanco?”

Tardé cinco minutos en reaccionar. Me había pillado. No sabía que contestarle y en mi cabeza ya no encontraba la iluminación en la que me había apoyado hasta ese momento. ¿Donde podía encontrar el niño blanco de Rahim? Pero entonces cuando iba a darme por vencido llegó esa inspiración.
- ¿Nunca te han hablado de la máquina?
- ¿Qué máquina?. - Dijo él mostrando de nuevo su asombro infantil.
- Espera un momento.

Salí de la sala de curas y fui al archivo. Revolví los historiales buscando lo que necesitaba y tras hacerme con ello volví a la sala. Javi no se había movido de la silla donde le dejé. Puse el sobre marrón sobre la mesa y saque una radiografía de un niño. Por supuesto ese niño no era Rahim pero él no lo sabía. Puse la radiografía en la pantalla donde como por arte de magia apareció un niño blanco sobre fondo negro.
- ¿Ves esto? - Javi me miraba maravillado.- Tenemos una máquina que saca fotos del interior de las personas. Hay veces que tenemos que asegurarnos de que los niños negros también llevan su niño blanco. De modo que los fotografiamos para asegurarnos que está ahí dentro. No porque nosotros tengamos dudas, porque sabemos realmente que todos lo llevamos pero ellos tienen que asegurarse que así es. Este por ejemplo es Rahim.
- Guao.
- Como comprenderás a un niño blanco le es fácil comprender la verdad, porque puede ver a su niño negro. Pero a uno negro le es más difícil comprenderlo, pero esta es la prueba.
- Guao. - Volvió a repetir.- ¿Se lo habéis contado? ¿Se ha visto ya Rahim?
- No, él no lo sabe, no debes decírselo a nadie. Pero a nadie, nadie. Todavía no tienes edad de saberlo, pero me he visto obligado a contártelo para que no me creyeras un viejo tonto. Será nuestro secreto. ¿Vale?
- Vale. No lo contaré.- Dijo Javi mirando todavía la imagen del niño blanco de Rahim.

Salimos juntos de la sala de curas y al ver a su hermano Javi le abrazó.
- ¿Te duele mucho?
- No, ya no. ¿Qué te ha dicho Papa Noel?
- Nada. Le he pedido algo y ya me lo ha dado. No tendré que esperar a esta noche.
- ¿Y qué le has pedido?
- Lo mismo que el año pasado. Era algo que ya tenía pero yo no lo sabía.

Javi no lo sabía pero él me había ayudado a darme cuenta de que no siempre el trabajo sanitario está en curar enfermedades físicas. Muchas veces la gente necesita una cura espiritual, y aunque ese trabajo no sea estrictamente sanitario, es algo mucho gratificante que aquel que nos pagan con dinero. Desde entonces siempre he llevado aquel disfraz en el alma y he disfrutado regalando algo que vale más que todos los regalos. Aquello que también Javi me regaló a mi aquel día, ilusión.cosas en las que deberíamos pensar de vez en cuando.






 Autora: Nuria L. Yágüez





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miércoles, 22 de diciembre de 2010

AUSENTE

Hoy me encuentro sola encerrada en mi cuerpo, prisionera de mi misma, habitante y habitáculo de mi propio yo. Sola, esa es la palabra que mejor define mi estado actual, SOLA.

Hubo un día en que yo me reía de todo, por reírme me reía hasta de mi propia sombra. Tenía un novio, un grupo de amigos y empezaba a forjarme un futuro prometedor. Salía los fines de semana a los locales de moda y disfrutaba como el que más. Mi felicidad era estable y robusta. Pocas cosas la hacían peligrar.

Mi incipiente inclusión en el mundo laboral, prometía grandes logros. Ahora pienso si tenía un hada madrina que velaba mis sueños y guiaba mis actos. Porque a mi alrededor se hablaba de un futuro incierto para la juventud, pero ese no era mi caso. Del sufrimiento del que muchos jóvenes son presa a consecuencia de las drogas, pero a mi mundo no llegaron. De lo difícil que se suponía una independencia a temprana edad, yo sin embargo la había adquirido hacía mucho tiempo. Había conseguido equilibrar la balanza; ni tenía todo a mi favor ni todo en contra. Vivía con lo que tenía, luchando por lo que deseaba.

Hoy lloro al recordar todo lo que tuve, y las lágrimas no salen de mis ojos pero ahogan mi corazón. Hay pocas cosas que pueda hacer por mi misma, pensar, respirar y poco más. Algunos signos exteriores llegan a mi, pero no hay nada que yo pueda hacer por unirme a los demás seres vivos. No hay nada con lo que yo pueda expresar lo que hay en mi interior, de modo que ellos piensan que ya no hay nada, y no es así. Aunque no se exactamente donde, se que sigo aquí. Se que dentro de mi cuerpo aún queda algo que late y vive, y con eso tengo lo necesario para seguir luchando.

Presiento el día y la noche por los sonidos que llegan a mi. Pero mi mundo ha quedado reducido a la oscuridad de mi interior, a mis pensamientos y a imaginar lo que pasa más allá de mi propio ser. Debo estar unida a una máquina de esas que marcan el latido del corazón pues un eterno, aunque más que eterno espero que sea duradero, pitido acompaña mi constante letargo. Sé cuando llega el día, porque tras la puerta que me aísla del resto de pacientes todo se agita. Además hay una chica joven cuya voz ya reconozco que entra y delicadamente empieza a lavar mi cuerpo. Cambia las sábanas de mi cama y con voz suave, para que nadie la oiga me explica cada cosa que me hace. Agradezco su delicadeza pero odio ese momento, no sólo tengo desnudo mi cuerpo si no mi intimidad, mi dignidad y hasta mi pudor. Aunque aquí nadie parece darse cuenta.

A media mañana mi madre entra en la habitación, me cambia las almohadas de posición, sin saber si quiero cambiar de postura. Y me echa una colonia fresca que odio pero no puedo decírselo. Ella no suele hablarme directamente, pero a petición de la enfermera lee su libro en voz alta. No puedo seguir el tema de la novela pero me gusta la voz profunda, cálida y pausada de mi madre cuando lee. Me tranquiliza y me relaja. Es como mi estabilidad emocional, puedo estar arriba o abajo, que cuando la oigo a ella todo queda en su estado natural. Nunca la había percibido así hasta ahora. La gente normal no suele  percibir estas sutilezas, pero hay tantas cosas y tantos sentimientos que delatan una voz,..., Cuando se tienen los cinco sentidos y vives totalmente unido al mundo externo, pasas demasiadas cosas por alto. Cosas tan importantes como una caricia, un olor, unas palabras dulces y sobre todo una sonrisa. Dios mío cuanto hace que no escucho una risa sincera.

Son cosas que en mi estado cobran un significado especial, y que si se tomaran más en cuenta y fuéramos todos un poco más sinceros todo iría mejor. ¿O acaso sería demasiado duro ser realmente sincero? Porque si todos supiéramos lo que piensan de nosotros ¿no habría demasiada gente infeliz? Quizás me cuestiono demasiado las cosas pero ahora tengo pensamientos así muy a menudo. ¿La sociedad es tan insensible por naturaleza o por comodidad? ¿Le importa a la gente lo que piensen de ella o actúan con maldad inconscientemente? Son cosas en las que deberíamos pensar de vez en cuando.


Siempre a la misma hora un agradable olor a comida, que nunca he probado, lo invade todo y cuando este desaparece, entra una enfermera que provoca en mi sentimientos muy contrarios. Es muy cariñosa y alegre. Todos los días me dice que se llama María y que va a estar conmigo toda la tarde, me pregunta como estoy y como si yo la hubiese contestado sigue la conversación, <<Me alegro de que sigas mejorando>>. Quizás sea la única persona que sepa que sigo aquí. Pero cuando mi madre habla con ella, lejos de mi, por supuesto, suele llorar y eso me hace pensar que mi estado no mejora. Me duele pensar lo que tiene que estar sufriendo. Me gustaría tanto que por lo menos supiese que puedo oírla...

¡Cuando te encuentras en este estado te conformas con tan poco! Quizás sea egoísmo pero cuando tienes todo no lo valoras, y siempre te parece que es poco. Sólo después de haberlo perdido te das cuenta de que deberías haber sido más feliz con lo que tenías. Pero probablemente sea ley de vida, el subir o bajar las metas en relación a lo que tengas. Si no ¿qué sentido tendría vivir el día a día pensando que no hay nada por lo que luchar? ¿Es acaso cuestión del ser humano llegar a un fin? ¿No podemos vivir sin más? Necesitaremos vivir siempre intentando llegar a esa felicidad que cuando crees al alcance de las manos sube más alto y vuelves a perder. Son cosas en las que deberíamos pensar de vez en cuando.

Por la tarde vuelve mi madre y con ella la fuerza que necesito para saber que todo sigue igual. Que el mundo sigue girando y que quizás un día yo también pueda girar con él y no sobre él. A veces me quedo dormida antes de que llegue mi madre y cuando despierto y la oigo me da rabia haber desperdiciado un momento de estar con ella. No se si será por el apoyo que me ofrece, pero ahora, me gusta sentirla a mi lado mucho más que antes. Cuando se va a ir siempre me pone unos cascos con música suave. Ese momento también es encantador porque me gusta la música. Quizás lo haga para que no sepa cuando se va pero me da rabia no darme cuenta. Quizás simplemente se lo ha recomendado la enfermera porque a veces noto que ella no pone mucha convicción cuando se dirige a mi. Creo que no me habla porque piense que puedo oírla, si no porque necesita hablar conmigo.

No se exactamente desde cuando ni porqué estoy así, pero la cáustica conversación de los que se acercan a mi, me hacen tener pocas expectativas de que un día pueda volver a ser la misma de antes. Lo último que recuerdo es que iba en moto con mi novio por una oscura carretera y después una inmensa luz y un túnel. Sentía una paz interior superlativa y una fuerza extraña que me llevaba hacia el interior, y mientras andaba podía ver como flases que contaban la historia de mi vida. Una fina lluvia plateada y brillante me mojaba la cara. Antes de llegar a la luz del final del tunel algo que yo reconocí como si fuera un angel me dijo que no debía llegar al final, que aún me quedaban cosas por terminar en la vida. Después bruscamente, algo como una gran descarga me sacó de allí.

No recuerdo nada más, pues los primeros días mi cerebro no coordinaba como ahora. Cuando mi cabeza está más despierta pienso que debimos tener un accidente, pero como todo en mi vida desde entonces, no son mas que conjeturas. Pienso mucho en mi novio, me preocupa que no haya venido nunca a verme. ¿Habrá muerto?

Alguna vez pienso en la muerte y no me da miedo. Lo que me da miedo es no poder salir nunca de este estado de soledad y desamparo. Lo que me da miedo es no estar ni con los vivos, ni con los muertos. Lo que temo es no saber donde estoy. ¿Por qué nos espantará lo desconocido? ¿Por qué nos asustará tanto la muerte si no sabemos si lo que hay al otro lado es mejor? No será tan malo cuando nadie vuelve... Estas son cosas en las que deberíamos pensar de vez en cuando.

Son tantas la ideas que rondan mi cabeza... Por ejemplo desde hace unos días mi padre no viene a verme cuando está mi madre. Viene más tarde que nadie y esto le hace tener que discutir con las enfermeras, pero muchas veces nos dejan estar solos cinco minutos, en los que se dedica a acariciarme el pelo tristemente, no habla ni hace ruido alguno pero se que es él por su perfume, es inconfundible. Aunque cada vez se distancian más sus visitas. Me pregunto si tendrá algo que ver con el nuevo matiz que ha tomado la voz de mama. Ahora suena más pausada y suave, y se emociona más a menudo. Yo creo que ellos también se sienten solos.

Ayer noté algo nuevo y maravilloso, sentí frío. Cuando la enfermera de la tarde vino a verme, abrió la ventana porque hacía mucho calor y pude oler la primavera. Mi carne se puso de gallina por aquella sensación. Nadie pudo verlo pero fue algo mágico. Después la obligaron a cerrarla pero nadie pudo calmar ese sentimiento que se despertó en mí. Me sentí más cerca de ellos, supe que afuera todo sigue su curso, las flores crecen y cuando salga de aquí yo las veré, correré entre ellas, y sentiré con más intensidad que nunca que estoy en el mundo de los vivos, porque presiento que volveré. O al menos así lo espero.

Dios mío si realmente existes o si allá arriba hay alguien, aunque no seas Tu, haz algo por mi. Haz que pronto pueda decirle a mi madre que la quiero. Ahora tengo tantas ganas de vivir. A pesar de todo lo malo que hemos creado en el mundo, la vida puede ser tan bonita. Hay tantas cosas que hacer todavía. Déjame que al menos lo intente. ¿Por qué nos empeñamos en vivir deprisa si tenemos toda una vida por delante para mejorar lo que nos rodea? Si cada persona del mundo dedicara un día al año a colmar las necesidades de otra persona ¿No seríamos más felices? Seríamos mucho más afortunados, tanto el que recibe como el que da. Si dar engrandece el corazón ¿por qué nos empeñamos en seguir siendo enanos egoístas y avariciosos? Estas son cosas en las que deberíamos pensar de vez en cuando.

Hoy mi mente está más lúcida, y por eso puedo pensar y recordar todo esto, pero no siempre es así. Al principio me costaba mucho hasta mantenerme despierta dentro de mi ausencia. Debieron apagar mi ansiedad con sedantes. Estaba como envuelta en una maraña de pensamientos extraños donde se repetía una y otra vez el momento del accidente. Y volvía a sentir el mismo miedo, y la misma angustia. Pero ahora todo es más sereno, hoy soy más consciente de lo que pasa ahí fuera, al otro lado de mi cuerpo. Hoy parece que estuviera recuperando todos los sentidos.

Esta mañana vino el médico y no se porqué pero me pellizcó el brazo y pude sentirlo con claridad. La enfermera me dijo que lo hacía muy bien pero yo no hice nada, sólo lo aparté. Todos parecieron relajarse y hasta sonrieron a mi lado cuando alguien hizo un chiste malo. Estoy contenta porque por fin lo he conseguido, ¡He escuchado una tímida sonrisa! ¡Los enfermeros también sonríen!. ¿No son maravillosos?

Mi madre ha estado aquí conmigo como cada tarde y lloró de alegría mientras se lo contaban. Yo también lloré con ella, a mi modo claro está, porque oí decir a la enfermera que era una buena señal. Además hubo algo más, se que me ha traído lilas he podido oler su perfume, se que estaban a mi izquierda y me ha emocionado porque son mis flores favoritas y ella lo sabe. Pero después se las regaló a la enfermera del turno de tarde. No lo entiendo ¿si son mías por qué se las llevan? de todas formas si es que se las tenían que llevar alguien me alegro de que se las haya regalado a ella, es la más amable. Se las merece, eso y mucho más.

Mi madre ha estado muy risueña. Hoy si me habló directamente a mí y no conmigo. Me estuvo dando ánimos para que volviera a la vida. Pero si no me he muerto, pensé yo. Algo me dejó en este mundo entre lo conocido y lo desconocido, del que yo no puedo salir. No depende de mi pero lucharé, yo lucharé por ella. Acaba de irse y ya empiezo a echarla de menos.

No se que me pasa, empiezo a sentirme mal de nuevo. Mis fuerzas me fallan y mi cabeza no rige como debería. Siento como si mi cuerpo fluyera de dentro y algo se me escapara del interior. Me duele el brazo como si me estuvieran pinchando constantemente y veo una luz. Parece la luz que me trajo a este estado de ausencias y esto hace temblar mi cuerpo. Pero no está el túnel, ¿Dónde está la paz interior? Siento miedo y ganas de gritar. No entiendo que pasa. No se hacia donde voy. Me siento débil y aturdida, esa es la palabra, así es como estoy, muy aturdida.

Cuando mi cabeza sale de esa espiral vertiginosa, veo un techo blanco y una chica pelirroja que me está hablando. No se quien es, ni donde estoy, y me encuentro muy débil. Trato de moverme pero no puedo. Alguien dice que avisen a mi madre, que he salido del estado de coma y me emociono sin saber porque, al pensar que vendrá a mi lado. Me pongo a llorar como una tonta, estoy muy nerviosa, pero ella me acaricia la mano y trata de tranquilizarme. Que amable es conmigo, trato de pensar en ella pero no, no la conozco. ¿Por qué será tan cariñosa conmigo si no la conozco? ¿Por qué está tan contenta de verme si no me conoce? ¿Por qué parece que nos conociéramos si nunca antes la había visto? ¿Por qué brillan sus ojos de esa forma?

¿Quién eres? ¿Dónde estoy? ¿Qué me ha pasado?‑ Intento preguntar pero mi voz no sale de mi mente, aunque ella parece no notarlo y me contesta que no me preocupe, que no trate de hablar. Que he tenido un accidente y estoy en un hospital. Me habla con cariño pero hay algo en su mirada que me asusta, muchísima compasión.

Debe ver el miedo en mis ojos. No recuerdo haber tenido ningún accidente, ni haber ido a ningún hospital, ni siquiera se de donde sale ese dichoso pitido. Pero la voz de esta chica me parece encantadora y trato de pensar. Me resulta muy difícil, ¿donde la he oído antes? Supongo que he estado mucho tiempo dormida. Sin saber porque un nombre viene a mi mente, María.

De pronto mi madre entra en la habitación, me mira desde el quicio de la puerta y consigue articular dos palabras que ya suponía, "Te quiero". Llora abrazada a mi, y no sé porqué, pero me alegro de verla. Necesito que alguien me cuente que ha pasado, pues creo haberme perdido algún capítulo de mi vida.

Cuando mi madre consigue tranquilizarse, me pregunta la enfermera que si estoy bien. Y con mucho esfuerzo consigo mover la cabeza en sentido afirmativo. "Me alegro preciosa", me contesta con una gran sonrisa. Pero no sabe que yo me alegro más todavía. A pesar de no poder hablar me siento muy unida a ellas, y a todo lo que me rodea. Me siento muy eufórica pero interiormente trato de tranquilizarme, quiero levantarme y correr, y participar en todo lo que me rodea, quiero volver a vivir. Quiero hablar y contar como me estoy sintiendo.

Me pide que descanse pero no puedo. Mi mente está muy alterada y tengo algo en la garganta que no me deja respirar lo que me pone más nerviosa. Me explica que es una sonda nasogástrica, y que el brazo me duele porque tengo inyectado el suero, pienso que va a tener muchas cosas que explicarme. Intento recordar algo de lo que me ha estado pasando y no puedo. Tengo la sensación de haber estado hablando conmigo misma durante años y ya no tengo nada que decirme, pero de todo ello ya sólo me queda un vago recuerdo, una impresión. En mi mente aparece un vacío que me evita poder comprender algunas cosas. Estoy muy aturdida y no logro mantener mis pensamientos hasta terminar de darles formas. Pero me emociono. Las lágrimas corren mansamente por mis mejillas y no me siento con fuerzas para contenerlas, pero tampoco para llorarlas.

En silencio, sin recordar nada de lo que me pasó cuando estuve en coma, aislada por una infección, me encuentro más acompañada que nunca. He dejado atrás la soledad que me vino a visitar un día. Y a pesar del miedo que me atenaza algo me hace sentirme feliz. La alegría debe ser más contagiosa que aquella infección, pues a mi madre la brillan los ojos de una forma especial. Será tonta. Esta guapísima, la guiño un ojo mientras me aprieta la mano emocionada, y me sonríe. Me emociono y rompo a llorar de nuevo sin saber porque. Nunca había imaginado lo que una sonrisa puede expresar pero es maravilloso, tenía que ser obligatorio sonreír al menos veinticuatro horas al día. ¿No sería bonito?. Siento que estas son cosas en las que deberíamos pensar de vez en cuando.


 Autora: Nuria L. Yágüez




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martes, 21 de diciembre de 2010

AL LADRON

Leer la carta que dejó el ladrón

A ese ladrón que lee
yo le voy a escribir,
algo que puede oír en boca de otra
pero que yo escribí para ti.
 
Hubo en el mundo un bastón de un anciano
que no dejo nunca de caminar.
Siempre aferrado bajo su mano
guía, apoyo y testigo hasta el final.
 
“Gracias amigo”, le dijo el viejo
cuando noto que tocaba descansar.


Gracias a ti, contesto muy dispuesto

sin ti no hubiera podido caminar,
tú, dos piernas tienes y te fallan,
yo, solo una y no más.
Si no hubiese ido, de tu mano asido
ni siquiera hubiera podido empezar.”

 
Si quieres agradecer mi cariño,
si quieres elogiar mi bondad,
mira un espejo y descubre
quien me enseño a amar.
Ahora deja que te diga que te quiero mucho papá,
Gracias por ser como eres.
Gracias por estar.



Autora por: Nuria L. Yágüez

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lunes, 13 de diciembre de 2010

¿PORQUE ESCONDERLO?

Cogerte de la mano
y entendernos sin hablar,
y sin mirar tras los cristales
poderte abrazar,
caminando una junto a otra.
Y vivir. Y danzar.

Decidiendo crear nuestro camino
pues el camino es avanzar.

¿Es que no pueden verlo?
Que es amor, sin más.
Que no hay quien lo enjuicie
ni palabras que lo puedan manchar
con sentimientos de quien ha decidido
conformarse, sin felicidad.

Nosotras  solo queremos amarnos
pese a lo que opinen los demás.



Autora: Nuria L. Yágüez

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domingo, 12 de diciembre de 2010

MI QUERIDA PRIMAVERA

La tía Jose siempre había ejercido mucha influencia en nuestras vidas. Ella era una mujer fuerte, muy distinta al resto de mujeres de su época. Mi madre sin embargo siempre estaba llorando y no disimulaba porque nosotros estuviéramos delante. La tía Jose por su parte no cejaba nunca en su empeño de que nuestra vida fuera alegre y jugaba con nosotros a todas horas.

Mi abuelo no sonreía nunca, metido en su cuarto de los inventos como la tía Jose lo llamaba pero donde nunca inventó nada. La tía Jose siempre estaba a nuestro lado.

Mi abuela siempre estaba enferma, con desmayos continuos y quejándose a voz en grito de sus múltiples enfermedades imaginarias que ningún médico pudo descubrir. Con la tía Jose sin embargo eran numerosas las tardes en las que mediamos los ataques de risa con el risómetro que más tarde resulto ser una simple radio estropeada... La tía Jose,..., la tía Jose era muy diferente a pesar de ser la que más razones tenía de quejarse de su enfermedad, de la que nunca supimos nada, hasta un día en que jamás olvidaré.

Faltaban cuatro días para la entrada de la primavera y aquel año la primavera parecía haberse olvidado de venir. Hacía un frío terrible que se metía por cada rendija de la ventana y hacía nido en nuestros huesos. Ya se había hecho norma el no quitarse la bufanda ni para ir a la cama. La reunión siempre se hacía en la cocina al amor del fuego de la cocina de carbón. Pero no siempre había carbón para encenderla. Aquella mañana la tía se levantó muy temprano, encendió el fuego y nos preparó un vaso de leche con mendrugos de pan y fue a despertarnos. “Ha llegado el momento, se nos olvidó llamar a la primavera y si no la llamamos sabéis que nunca llegará.”, nos dijo en un susurro, para no despertar a mi madre.

¡Caray!. No me lo podía creer, se nos había olvidado por completo. Todos los años escribíamos una carta a la primavera invitándola a visitarnos y aquel año se nos había olvidado.
- Hemos estado tan preocupados de abrigarnos y buscar carbón para el fuego – dijo la tía- que se nos pasó y ya sabéis que depende de vosotros.
- ¿Crees que será demasiado tarde?
- Si nos ponemos manos a la obra ahora mismo, tal vez no.

Sacamos una hoja de papel y empezamos a escribir rápidamente lo primero que se nos pasó por la cabeza.
- Alto, alto. Estáis yendo demasiado deprisa y esto no está quedando bien. Deberíais saber que cuanto más bonita escribáis la carta antes vendrá. Porque si es difícil de entender tardará en leerla. Si es monótona se aburrirá y la dejará a medias. Y si no nos esforzamos por escribir bien ni siquiera la entenderá. - La tía sabía de estas cosas más que nadie y si ella decía que era así, así sería.- Debe de ser breve y concisa, estar ordenada y sobre todo ser amable pero sin llegar a la ñoñería.- Ella había estado muchos años escribiendo esa carta, antes de que nosotros llegáramos. Y antes de que ella pudiera hacerlo, lo hacía la abuela y antes la bisabuela. Eso nos había dicho ella. Era una tradición que habíamos mantenido durante años en nuestra familia y de nosotros dependía que la primavera llegara o estuviéramos el año entero pasando frío.

Tratamos de tranquilizarnos un poco y empezamos a escribir algo más relajados. La tía como siempre tenía razón. Ahora las palabras salían con mayor exquisitez de nuestras mentes infantiles. Y aunque ella nos ayudó un poco, fue su consejo lo que más reforzó nuestras ideas.

- ¿Tía tu crees que no notara que la escribiste tu?- Pregunté después de ver lo bien que había quedado.
- Son vuestras ideas. ¿No? Eso es lo que cuenta. Además como ya os estáis haciendo mayores posiblemente no note la diferencia.- Cerramos la carta, le pusimos la dirección y el sello del innombrable. Se la confiamos a la Tía como todos los años para que ella se encargara de echarla al buzón.

Mamá no tardó en despertarse y el día pasó como todos los anteriores. Fuimos a la escuela y Don Leandro me hizo poner en pie para repasar los ríos. Quizás hoy no me acordaría de esto de no haber sido por una frase que se quedó grabada en mi memoria. Yo me puse en pié y repetí los ríos con cada uno de sus afluentes sin titubear. Era el cuarto niño que lo intentaba y los otros tres habían fracasado estrepitosamente, entonces Don Leandro dijo.
- Ríos de lágrimas lloraréis el día de mañana si no os aplicáis ahora.- ¿“Ríos de lágrimas”? No había oído nunca esa expresión y me fascinó tanto que me pasé el día entero imaginándome a mi madre llorando como solía hacer, pero esta vez sus lágrimas formaban ríos, con afluentes y todo, que iban a desembocar al mar. Mi madre si era capaz de llorar ríos de lágrimas y mi imaginación infantil la recordaría así durante mucho tiempo.

Cuando llegué a casa entré en la cocina donde mi madre lloraba como siempre manando ríos de lágrimas que iban a desembocar al mar. La miré tristemente y me subí al dormitorio de la tía para ver a qué jugaríamos hoy.

Iba a entrar a su dormitorio pero al no verla dentro me paré en la entrada. Una respiración angustiada me detuvo en seco. Alguien lloraba y sin previo aviso se cerró la puerta del armario que hasta ese momento había permanecido abierta. Eché un paso atrás y apoyé mi espalda contra la pared conteniendo la respiración. Era la tía Jose. La vi sólo un segundo pero jamás en la vida podría confundir a mi tía con nadie. Su gruesa silueta de luto riguroso se sentó sobre la cama, escuché con claridad el chirrido de los muelles, y desde mi escondite la pude oír llorar. Estaba desconcertado y al ver a mi tía llorar me sobrevino una tristeza brutal. A mi madre la había visto llorar durante tanto tiempo que ya lo veía como algo normal y nunca me había preguntado porque lo hacía, sin embargo lo de mi tía era diferente. ¿Qué le pasaría? Quise entrar a hablar con ella pero en ese momento mi hermano subía las escaleras y no podía dejarle que viera esa escena. Bajé y le propuse jugar al escondite detrás de las pilistras.
- ¿Qué te pasa José?- Me preguntó cuando llevábamos veinte minutos allí escondidos sin hablar.
- Nada.
- Estás muy serio José. ¿Te han regañado?
- No
- ¿Entonces porque estas serio José?
- Calla estoy intentando pensar.
- ¿En que? José. – Mi hermano quería saber todo y de momento no parecía saber nada, porque todo lo preguntaba.
- En nada. No pienso en nada.
- No se puede pensar en nada José.
- Por eso me resulta tan difícil, cállate.
- ¿Y en que pienso yo José?
- ¡José, José, José, José! Vas a borrarme el nombre.
- ¿Por qué José?

Había momentos en los que me desesperaba, pero como decía la tía yo era más inteligente y sólo debía convencerle de que en ese momento era mejor estar callado que hablar sin decir nada.
- Carlitos, vamos a jugar al escondite yo cuento y tú te escondes, no vale subir al piso de arriba ¿Vale?
- ¡Vale!- Me puse cara a la higuera y empecé a contar. Cuando había llegado a veinticinco de Carlitos ya no había ni rastro. Carlitos no era muy valiente y el simple hecho de que pudiera pillarle le haría aguantar en su escondite un buen rato.

Oí que la tía estaba en la cocina hablando con mamá y subí sigilosamente las escaleras. No podía quitarme la idea de la tía llorando de la cabeza. Fuera lo que fuera lo que la había hecho llorar estaba en su habitación. Me colé en su dormitorio como una sombra y abrí su armario. Una caja de bombones Elgorriaga con delicadas flores fue lo primero que vi. No quería un bombón pero mis manos corrieron hacia ellas, cautas de no poner nada fuera de su sitio. Al abrirla vi un montón de cartas atadas con un lazo rosa. No hubo ni un segundo de dudas, reconocí mi letra en la primera.

Querida primavera
C/ 21 de Marzo
País del buentiempo

Por un momento pensé que a la tía no le había dado tiempo de echarla al buzón. Deshice el nudo y comprobé que mis sospechas eran más que infundadas, pues mi letra estaba en todos y cada uno de esos sobres.

SS. MM. Reyes Magos
Camino de los regalos
Oriente

Escuche las muletas de la tía en la escalera y me tiré como un tigre debajo de su cama. ¿Por qué tenía la tía guardadas todas nuestras cartas? Las de los reyes magos, todas las de la primavera, los deseos de la noche de San Juan que debieron arder en la hoguera. Todo estaba allí, ¿cómo habría llegado la primavera todos esos años? ¿Cómo habrían sabido los reyes que yo quería el camión de bomberos? ¿Por qué lloraba la tía al ver esas cartas?

La tía entró en la habitación y mi cuerpo empezó a temblar sin control alguno. Si la tía me veía me cortaría las manos como hacían con los ladrones de los cuentos del desierto, que ella misma nos contaba por las noches. Ella detuvo su paso por un momento, pero siguió caminando, cerró la puerta del armario, que yo me había dejado abierta y se sentó en la cama. Chirrido de muelles. Yo, bajo ellos, era incapaz de abrir los ojos. Pero no parecía haberse dado cuenta de nada. Y fui recobrando poco a poco la respiración hasta que pasado un rato le escuche susurrar.
- José sal de debajo de la cama.- Hubiera querido morirme. No salí inmediatamente esperando que mis oídos me hubiesen traicionado.- José.- Volvió a repetir y por fin salí.
- Tía yo,...,- dije al salir, pero no sabía que decir. Con la cantidad de cosas que tenía en mi mente, no había nada que pudiera decir,- yo,...,
- Tu curiosidad ha crecido tanto como tu cuerpo y has descubierto algunos secretos. La verdad es que tampoco traté de ocultarlos mucho. Lo cierto es que hubiera preferido que me preguntaras antes de hurgar en mis cosas. ¿No te parece?- No estaba muy enfadada y me atreví con la primera pregunta.
- ¿Qué es esto tía?- susurré con voz temerosa.
- Todas tus cartas. Siéntate conmigo que voy a contarte algo- y me senté.- La primavera viene por si sola, los reyes magos somos los abuelos, tu madre y yo, los deseos de la noche de San Juan son solo eso deseos, que yo preferí guardarlos porque pensé que cuando fuerais mayores os encantaría saber que deseabais cuando erais sólo niños.- Cuando la primera lágrima estaba a punto de brotar de mis ojos me abrazó y siguió hablando con voz dulce.- No es tan cruel como ahora piensas esto se hace para que los niños mantengan una ilusión en momentos difíciles. Tú ya eres una persona mayor y deberás guardarle el secreto a Carlitos. No le diremos nada de momento. Pero aunque seas mayor llora si quieres.

Yo no lloraba porque los reyes magos no existieran, lloraba por cobardía. Quise preguntarle por lo que en realidad fui a buscar, la razón de su llanto, pero mis labios empezaron a temblar y las lágrimas ahogaron las palabras en mi garganta. Ella me consoló en su regazo. Acarició mi cabeza y me apretó contra su pecho en un abrazo eterno. No se cuanto tiempo estuvimos así, pero debió ser mucho. Podía oler el olor del jabón en su piel. Su tacto en mi piel. Pero nada de eso me confortaba como lo hizo antes.

Yo sólo quería saber porque había estado llorando, pero fui incapaz de hacerlo. Por un momento me vino a la cabeza mi madre, llorando sola en la cocina, y quise saber porque lloraba ella. Sin duda me faltaba todavía mucho valor, para preguntarlo. Después llegó a mí, la imagen de Don Leandro diciendo “Ríos de lágrimas lloraréis el día de mañana”. Y al día siguiente lloré ríos de lágrimas cuando se llevaron a mi tía al hospital a que le cortaran la pierna que le quedaba. Por primera vez me sentí unido a mi madre en un dolor real y adulto.

Por primera vez lloré como una persona mayor, y me preocupó realmente saber porque lloran las personas mayores.

 Autora: Nuria L. Yágüez


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martes, 7 de diciembre de 2010

EL ANTERIOR ALCALDE

Vicente Holgado nunca puso demasiado empeño por demostrar a nadie, ni siquiera a si mismo, que supiera hacer otra cosa, más que aquella para la que el alcalde, le había propuesto. Y era por eso que nadie, ni siquiera el mismo, sabía lo que era capaz de hacer.

Cuando con doce años quedó huérfano de padre y madre, mandaron un nuevo alcalde y este le propuso como aguador del ayuntamiento, y como no hubo ninguna oposición, cada mañana, su único trabajo era mantener fresca el agua de todos los botijos del ayuntamiento. Se lo tomaba muy en serio. Y lo hacía muy bien. Cuando el agua corriente llegó al ayuntamiento, Vicente Holgado creyó que su vida laboral terminaría allí mismo, pues el no sabía hacer otra cosa. Vicente se vino abajo. Pero el señor alcalde le propuso de pregonero y como no hubo ninguna objeción, ocupo sin reparo alguno su nuevo trabajo. Pero el progreso le seguía los pasos y también le relegó de su puesto de pregonero. Aquel día Vicente Holgado pensó. “En veinte años he pasado por dos trabajos diferentes y siempre ando con la mosca detrás de la oreja porque tarde o temprano siempre me echan. Pensándolo bien, el único puesto que no ha variado es el del alcalde.” Y como no hubo ningún voto en contra, destituyeron al anterior alcalde y le nombraron a él. En 17 años no tomó ninguna decisión por propia voluntad. Cuando hubo que tomarla, él sin saber que hacer, acudía a pedir consejo al anterior alcalde, y si no había ninguna réplica, que nunca la hubo, se hacía lo que él decidía. Una mañana Vicente Holgado subió al desván de su casa y algo llamó su atención. Una trompeta envuelta en una polvorienta tela de hilo descansaba enmudecida entre trastos viejos. Vicente se la llevó a la boca y se sorprendió de la bella melodía que arrancó del viejo instrumento. Fue a ver al anterior alcalde para enseñarle su descubrimiento. - Es curioso- dijo- cuando mi madre murió descubrí que bajo su colchón guardaba una imagen de un joven trompetista en una calle oscura delante de un cartel de luces de colores. A la vuelta de la foto había unas letras escritas pero no sé leer. Así que no sé que decían. Yo siempre desee ser él. Siempre deseé ser trompetista en un viejo club de París. Y hoy curiosamente descubro que de tanto ver aquella foto, aprendí a tocar la melodía que yo le imaginaba. - Aquel trompetista era el hermano de tu padre. Las letras decían que mientras que aquella trompeta sonara él la amaría, y que mantuviera la esperanza de que volvería a por ella. Unos meses después recibió su trompeta. Y supo que si él no la hacía sonar, ya nunca sonaría. Por eso tu madre decidió darte un padre y se casó con el alcalde, guardaron la trompeta donde jamás nadie la hiciese sonar y vivieron por tu felicidad. Por eso, si de verdad sabes tocarla, debes hacerlo, para que ella no olvide nunca lo que él la amó. –Y tras su aclaración, se le enturbió la mirada de recuerdos y el corazón de nostalgia. Esa misma tarde Vicente Holgado salió de su casa con destino a París, decidido a tocar aquella melodía todos y cada uno de sus días, y dejó solo a su padre en aquel pueblo, donde ya solo vivía el anterior alcalde.    
 Autora: Nuria L. Yágüez

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miércoles, 1 de diciembre de 2010

SAN BORONDON


         A la tía Jose la habían bautizado como Josefina, pero decidió que la llamáramos Jose, cuando notó que el “fina” lo iba perdiendo conforme ganaba kilos. Pasaba de los 120 y eso que la faltaba una pierna. Mi hermano Carlos y yo siempre quisimos pesarle la otra, para ver cuanto podía llegar a pesar en total, pero ella nos decía que no quería quitársela pues la había llegado a tomar cierto cariño y temía dejársela olvidada en cualquier rincón. Carlos y yo sabíamos perfectamente como la había perdido pero nos encantaba escuchar sus historias, que en ocasiones cuando nos daba contestaciones así, y se quedaba tan fresca, nos dejaba boquiabiertos. En la época en que perdió la pierna ella vivía en las Islas Canarias, donde había emigrado siguiendo a un novio que una vez enrolado en un buque mercante, nada más volvimos a saber de él. Unos años después volvió para visitar a los abuelos y allí se quedó para ayudarlos pues ellos ya eran mayores. Cuando papá fue llamado para hacer la guerra, donde desapareció sin que nadie supiera si andaba vivo o muerto, nosotros nos mudamos a la casa de los abuelos, donde pasé los mejores años de mi vida. Era una casa grande de dos plantas, donde hasta la luz se perdía, por eso casi todas las habitaciones eran oscuras.

         En las tardes de verano a la hora de la siesta las mujeres salían al porche que daba al jardín a coser y Carlos y yo nos escondíamos tras las grandes pilistras para escuchar sus conversaciones. A veces eran aburridas pero en otras ocasiones teníamos que hacer grandes esfuerzos para no reírnos o enmudecer nuestras expresiones de asombro. Una tarde mamá le pidió a tía Jose que no nos calentara la cabeza con sus historias sobre marinos e islas que no existían y tía Jose contestó que si era mejor que creciéramos pensando en padres perdidos en una guerra que nadie entendía. Mamá se enfadó “eres una solterona que vive de recuerdos inventados sin bajar de las nubes”, le gritó mamá, “envidiosa” contestó la tía, entonces las dos gritaron hasta que la hermana muda de la abuela, que también vivía con nosotros, golpeó el suelo con su bastón y ambas se sentaron y siguieron cosiendo en silencio, rumiando sus pensamientos. Desde entonces valorábamos más sus clandestinas historias, contadas a oscuras en los dormitorios, en el hueco de la escalera o detrás de las pilistras, pero sobre todo a escondidas de mamá. Aprendimos a diferenciar el sonido del bastón de la hermana muda de la abuela, del de las muletas de la tía Jose, para poder avisarla que todavía no nos habíamos dormido y pasara así a contarnos otra de esas historias que hacían volar nuestra imaginación infantil hasta límites infinitos.
-          Tía cuéntanos otra vez la historia de cómo perdiste tu pierna.- Pidió Carlos un día que mamá salió con las dos abuelas a comprar panecillos blancos y leche en polvo de contrabando. Yo adoraba aquella historia y era casi capaz de contarla a la vez que ella y con sus mismas palabras. Pero prefería escucharla en silencio mientras me adormecían el susurro de sus pensamientos.
-          Yo, en aquellos entonces, era una joven moza en edad casadera,- así empezaba siempre la historia de la pierna perdida,- que había salido huyendo del abrigo del abuelo para perderme en el desaliento de un novio que nada quiso saber de mi.

Yo imaginaba a la tía con setenta kilos menos, las dos piernas y una figura como las de las chicas que salían en los anuncios de Soberano, pero siempre fui incapaz de ponerle cara, a ese chulo que dejó a mi tía sola en una isla desconocida para ella. Pero como siempre se acordaba de decirnos después de lo de “porque yo siempre me he enamorado como una loca pero nunca he llorado por un hombre” y antes de lo de “y por eso hice mías las siete islas conocidas y aquella a la que muchos ni siquiera se atreven a ponerla nombre”, a ella “nunca se la ponía nada por delante y salió de la tristeza en los brazos de otro hombre".
-          Así que un día, mientras yo esperaba en el puerto como tantas tardes a mi novio fugado, bajó un marinero de un barco y me dijo “que estrella se habrá apagado hoy en el cielo que la luna ha perdido su sonrisa”. Me dio un bombón y a partir de ahí fuimos amigos. Cada lunes yo recibía en mi casa una caja de bombones. Miraba los papeles de colores brillantes donde siempre ponía su nombre Elgorriaga.

Mi tía llamaba a aquel señor, que nosotros adoptamos como tío para que tuviese una familia conocida, Gorriaga, porque decía que el artículo, sólo lo lleva el palo de la escoba y la pata de la cama.
-          Y por fin un día me dijo que dejaba su sueño de toda una vida porque había algo en tierra que le hacía imposible alejarse de allí. Unas semanas después me dijo que tenía una sorpresa para mí. Cuando llegamos al puerto, el intenso sol se reflejaba en el casco blanco de un precioso velero. Deseé con los puños y los ojos cerrados que esa fuera la sorpresa y cuando pude ver el nombre de la placa me quedé petrificada. “Este es el sueño para el que llevo ahorrando toda mi vida, te presento al Santa Josefina”. Cuando el viento hincho las velas y el sol se reflejó en la arboladura, hicieron de la vela mayor la vela más blanca que jamas había visto.

>>  Al principio navegábamos guiándonos por la costa y cuando calló la noche nos guiábamos por las estrellas. Yo le veía manejar el sextante y las cartas náuticas; buscaba la estrella Polar, Altaír y Vega, hacía sus cálculos mediante la altitud y su posición y así sabía donde estábamos. Para mí era todo un misterio. Y por más que él se empeñara en explicarme yo no conseguía entenderle. De pronto una noche el cielo se cubrió de arena. No veíamos nada, que no produjera nuestra imaginación. En unas horas llegó el viento para llevarse la arena pero lo que trajo fueron unas olas enormes que bailaban a varios metros sobre nuestras cabezas. Habíamos recogido las velas y yo, mareada como un ratón en un barril de ron, me balanceaba de babor a estribor sin poder ayudar en nada. -Tengo que aclarar que cuando mi tía contaba las historias de sus novios siempre utilizaba términos marineros para meternos en la historia.- Entonces intenté agarrarme al palo mayor según llegaba de un paseo por la proa, pero la botavara me golpeó en la cabeza haciéndome caer al agua. Un momento después al Santa Josefina se lo tragó una ola. Por la mañana amanecimos en una playa trozos del forro del barco, el foque y parte de mí.

En aquellos entonces mi madre ya se había encargado de romperme todas mis ilusiones, contándome que la tía Jose jamás había estado en aquellas islas, que siempre había estado gorda y que la pierna se la habían cortado por culpa de la gangrena después de que la atropellara un carro cuando era solo una niña. Pero yo seguía amaneciendo tirado en la playa junto a ella cada vez que oía esa historia.
-          Aquella isla, llamada San Borondón, jamás existiría para nadie más,..., que para mí.- En esa frase su voz siempre se quebraba un poco y necesitaba tomar un poco de aliento para no soltar la lágrima que debía permanecer colgada en el lagrimal hasta el final de la historia.- Como me explicaron después, me habían dejado llegar allí, porque había sido la única persona capaz de sobrevivir a los colmillos del tiburón que custodiaba la isla, en la pelea solo había perdido mi pierna, pero me había ganado la posibilidad de vivir en el paraíso a cambio de un precio que jamás me revelarían. Porque la isla de San Borondón, es un paraíso con palmeras tan altas que rascan la barriga de las nubes y una arena tan blanca que en ocasiones daña los ojos, pero depende de nosotros mismos que siga siendo así.

>>  En aquella isla vive el espíritu de cada uno de nosotros y allí vamos a parar después de nuestra muerte, los que en vida se lo han ganado. Nadie puede verlos porque nadie jamas ha estado allí. En aquella isla sólo vive San Borondón, que fue quien cuidó de mí hasta que las heridas de mi pierna cicatrizaron por si solas. Cuando el sol brilla todos los espíritus salen a jugar con los rayos del sol, bucear con los delfines y corretear por la playa volando cometas invisibles como ellos. Y pueden oírse sus risas y ver sus pisadas aparecer como por arte de magia sobre la arena blanca. Sin embargo cuando uno de nosotros hace el mal, una nube negra cubre toda la isla, y una tormenta como la que me llevó allí, descarga miles de litros de agua y los espíritus no pueden salir a jugar. Por eso cuando nos portamos mal luego nos sentimos tristes por dentro, porque nuestro espíritu se aburre. Además hacemos que los demás sufran también, porque sus espíritus deben aguardar a que escampe, para poder jugar con nosotros.

Esta era la moraleja del cuento pero a pesar de que nosotros la conocíamos perfectamente ella siempre nos la explicaba con pelos y señales.
-          El caso es que una noche mientras dormía en la playa, en una hamaca que me había hecho con el foque, se levantó una gran tormenta de aire. El foque sobre el que dormía, que no pudo olvidar que había sido vela, se hincho haciéndome volar por los aires, y llevándome de vuelta a casa. No tuvieron tiempo de cobrarse ese alto precio del que me hablaron por sobrevivir al naufragio, pero siempre desee saber que habría podido yo pagar en aquellas circunstancias. Del pobre Gorriaga nunca más volví a saber, sin embargo las cajas de bombones seguían llegando, quizás desde el fondo del mar. Nadie creyó mi historia y yo jamás pude encontrar la isla de nuevo, por eso volví a casa cuando el abuelo enfermó. Ya nada me retenía allí. Sin embargo los bombones empezaron a llegar a esta nueva dirección, de la que Gorriaga nada sabía.

Desde el primer día que oí esa historia, no pude entender porque la gente no había creído a mi tía. De acuerdo que cueste un poco creer que el foque no se hubiera olvidado de que había sido vela, que los espíritus fueran invisibles y sus pisadas aparecieran en la arena y sobre todo que Gorriaga siguiera mandándola bombones desde el fondo del mar,..., Pero si mi tía lo había visto es que existía.  Quizás exagerara un poco algunos detalles, como que las olas bailaran a varios metros sobre su cabeza o como que las palmeras acariciaran la barriga de las nubes, pero eso era sólo su forma de contarlo. Cuando mamá me dijo que la tía jamás había salido de casa de los abuelos empecé a ver algunas grietas en la historia, pero aún así me encantaba escucharla y guardé el secreto para que Carlos no sufriera la crueldad de mamá como la había sufrido yo.

Nunca había vuelto a pensar en aquella historia de la tía pero hace unos días tuve la suerte de que mi barco tomara puerto en una de las Islas Canarias. Las historias de la tía volvieron a mi mente y hace un rato tuve que detener mi paseo, al escuchar a un viejísimo mendigo que contaba cuentos a los niños a cambio de unas monedas en la plaza de Santa Ana, donde hasta las palomas se habían parado a escuchar.
-          Tardé tres semanas en llegar a allí. Y al cuidado de un viejo santo me curé de mis heridas. No había tenido tiempo todavía de acomodarme a mi ceguera para salir en busca de mi amada cuando la vela sobre la que descansaba se hincho por efecto de viento y me trajo aquí de vuelta. Ya hace muchos años de aquella historia. Pero no me moriré antes de conseguir volver a aquella isla, donde perdí mi vista, un brazo y lo que más valía, mi gran amor.
-          ¿Cómo es la isla de San Borondón?- Pregunté, y mis palabras hicieron que el viejo se detuviera un momento a pensar.
-          Es un paraíso donde pueden oírse las risas de los niños a todas horas. Las palmeras son tan altas que rascan la barriga de las nubes y la arena es tan blanca que hace daño en los ojos.
-          Pero si tú eres ciego ¿cómo puedes saberlo?
-          San Borondón no aparece en los mapas, ni en los libros, pero si cerramos los ojos todos podremos verla. San Borondón es una isla que todos llevamos en nuestro interior, es como nuestra conciencia y de nosotros depende que sea algo bello como el paraíso o algo horrible como la isla de las tempestades. Así como tú la veas, así es la isla de San Borondón, y así será tu interior.

Me detuve un momento y me quedé mirando a aquel viejo con grietas horadadas en su rostro y ojos blancos y ciegos derretidos por el sol. Solo unas pobres monedas descansaban sobre su caja vieja de bombones. Saqué los pocos billetes que tenía en mi cartera y se los puse en la mano.
-          Toma Gorriaga, pero a ella ya no la encontrarás allí.

Su mano se aferró a mi brazo con fuerza y permaneció en silencio, perdido en sus recuerdos. Con la otra mano acarició mi cara y su respiración se aceleró con cada gesto. Los niños se levantaron del suelo y siguieron con sus juegos, pues como ya conocían la historia de memoria, sabían que había concluido. Las palomas echaron a volar y allí nos quedamos solos, agarrados el uno al otro y a nuestros buenos recuerdos. Por fin él me preguntó.
-          ¿Volveré a verla?
-          Si, te lo aseguro, volverás a verlas,..., a las dos. Cuando llegues a San Borondón ella te estará esperando.


 Autora: Nuria L. Yágüez



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