lunes, 8 de noviembre de 2010

CORAZON DE ARENA

Cuando Ramón bajó del avión y vio su radiante BMW aparcado junto a la pista esperándole tal y como había ordenado, supo que nada iría mal. Esbozó una sonrisa radiante de orgullo y se deleitó mientras bajaba la escalerilla sintiéndose observado y envidiado. Su mujer que bajaba junto a él tuvo una impresión completamente distinta de aquel momento. Ella sabía lo efímero de su reino. Sabía que aquella avioneta privada, aquel coche y sus vestimentas no eran más que una fachada falsa, pues en realidad ellos vivían del dinero, que su suegro había ganado durante años de despacho y del que Ramón estaba dando buena cuenta. Sin embargo todo en la vida tenía un límite y sentía que el de aquella cuenta estaba cerca. Ramón había iniciado sus propios negocios sin la supervisión de su padre hacía un par de años, sin embargo estos no habían pasado de un par de ventas que habían originado casi más gastos que ganancias. Pero ahora había puesto toda la carne en el asador en aquella transacción, que según decía, sería el negocio de su vida. Decía que si salía bien ganarían suficiente dinero al año como para retirarse, cosa que a los treinta y cinco años, ella lo veía como mucho correr. El, por su parte, no parecía poner mucha atención a todo lo que allí se jugaba.

Junto al coche esperaban el traductor y el secretario de su futuro socio marroquí. El dúo observó la bajada del matrimonio con total admiración. Cuando llegaron al pie de la escalerilla, en un descenso que sólo a ella se le hizo largo, Ramón extendió su brazo para dar la mano a las personas que por ellos esperaban y estos le devolvieron el saludo, pero cuando lo hizo ella, los dos bajaron la cabeza en señal de respeto, pues su religión les impedía el contacto físico con una mujer y menos en público. Así que se quedó con la mano suspendida en el aire, confirmando lo que para ella antes era solo una sospecha, y era que no quería estar allí. Ramón sonrió con ironía y eso no ayudó a que se sintiera mejor.

Con la excusa de no sentirse bien después de un viaje tan movido, pidió que la dejaran sola en el hotel y nadie puso ninguna objeción. En aquella preferida soledad, se dedicó a intentar una comunicación telefónica que no consiguió, a solicitar en tres idiomas diferentes que la hicieran llegar un equipaje que no obtuvo y a llorar de desesperación por haber consentido de nuevo, que su marido decidiera por ella en su vida.

Tres horas después, que a ella le parecieron tres días, llamaron a la puerta. Al abrir, el traductor que su marido había contratado para aparentar pues ella hablaba perfectamente varios idiomas, le informó con perfecta corrección que su marido se retrasaría un poco. Sin embargo dos minutos después estaba intentando forzarla a una relación no consentida. Cuando ella consiguió zafarse de su abrazo y echarle por las malas de la habitación tomó la decisión que hacía tiempo debía haber tomado. En ese momento empezaría una nueva vida de independencia, donde nadie la dejaría con la mano tendida por respeto cuando minutos después intentara llevarla a la cama. Una nueva vida donde nadie decidiría por ella.

Cuando salió del hotel dispuesta a tomar el primer avión que la devolviese a Madrid, llegó Ramón ceñudo, en un coche destartalado. Le dirigió una mirada que ella supo interpretar como un “no me preguntes”, pero ella que estaba harta de no preguntar, pregunto. Después de fulminarla con otra mirada, escupió lo que consideraba una respuesta.
- Ya no hay ningún puto jeque árabe, no hay ningún puto negocio, ni hay dinero.
- ¿Y el coche?
- Tampoco hay coche. Me lo han robado. Voy a alquilar un Mercedes y mira lo que me han dado.
- Un Mercedes es. Aunque más que Merche, es la Sra. Mercedes, por la cantidad que años que tiene.
- No me jodas eh!, no me jodas. –Gritó él bastante alterado.
- Adiós.- Dijo ella suavemente sin dejar que su mal carácter la afectara, como pasaba normalmente. Y con la misma suavidad añadió.- Me voy.
- ¿Tú estás loca? ¿Dónde te crees que vas?- Como única respuesta, Ramón recibió una sonrisa.- ¿Pero quién habrás pensado que eres?
- Yo soy,..., yo soy lo mejor que tengo. Lo mejor que he tenido nunca. Y lo que tendré.- afirmó suavemente tratando de invadir a su marido con su tranquilidad.
- Tu no vas a ninguna parte sin mi.- Ella sonrió orgullosa por volver a sentir la protección de su marido, sintiendo que lo estaba consiguiendo.
- Entonces vayámonos juntos.- Dijo ella con cariño.
- Tengo que recuperar mi coche.- Gruñó Ramón mientras cerraba de un portazo.
- Nos íbamos a ir de aquí ricos y mira lo que tienes, una cuenta arruinada.
- Mucho cuidadito que aún tengo lo de mi padre.
- Una vieja tartana que ni siquiera es tuya.
- Yo tengo un BMW – vociferó- Solo tengo que encontrarle.
- Y lo que es peor por no tener no tienes ni el valor de verte arruinado.- Empezaba a sentir que las malas vibraciones de su marido podían afectarle, suspiró profundamente y se decidió.
- Un verdadero hombre de negocios resurge de la nada. Y aunque no esté pasando mi época más boyante, verás como recupero todo lo que he perdido.
- Promesas, promesas y más promesas.-Se la oía decir a ella cuando se dio la vuelta y se fue.
- ¿Dónde vas?- Gritó él- Ven aquí. ¡Ven inmediatamente!- Pero no fue, y él se quedó solo.- Y a ti ¿qué te pasa?- le gritó a un viejo que sentado en el suelo había visto la escena y sonreía.
- Es curioso- dijo el viejo- ver como la gente se aferra a lo que ya no tiene.
- ¿Y tú? ¿A que te aferras tú? ¿A un viejo paraguas que se cae a cachos?
- Yo por lo menos se lo que tengo. Mi viejo paraguas me protege del sol, a ti tu gran BMW ya no te lleva a ningún lado. Yo tengo lo que más vale y nunca lo perderé.

Ramón paso un día entero poniendo denuncias, ante unos policías a los que no entendía, pero que le hacían parecer más culpable que a los auténticos ladrones. Recorriendo barrios de miseria donde en vez de encontrar su coche casi pierde la vida. Y comiendo tierra de desierto y bebiendo sus propias lágrimas porque allí no tenía para nada más y el dinero de su padre no llegaba.

Conducía camino de un pueblo donde según le habían dicho llevaban coches robados. Donde para llegar había que atravesar el desierto, entre pistas de tierra y dunas, y cuando quiso darse cuenta se había perdido. Perdido de todo y hasta de si mismo. El coche no respondió más allá de su propia optimismo y a pocos kilómetros de la nada detuvo su lento caminar. A un largo trecho de que su optimismo le abandonara perdió su voluntad y cansado de subir dunas y bajar dunas, su cuerpo se desplomo entre la arena y el sol. Y lo poco de consciencia que quedaba en su cuerpo se deshidrató bajo el abrasador sol del desierto.

Tiempo después, ni él ni yo supimos cuanto, se despertó sin saber porqué. Cuando consiguió abrir los ojos, solo pudo ver una sombra negra que se alejaba de él. Su boca no estaba tan seca como su conciencia por lo que supo que algo de agua había bebido pero seguía teniendo sed. Descansaba bajo un paraguas negro y destartalado pero le faltaban ciertas cosas como la cartera y las llaves del coche.
- ¡Maldito viejo! No puedo creerme que me haya seguido hasta aquí para robarme la poca miseria que me quedara. No era nada pero era lo único que me quedaba. ¡Maldito ladrón! ¡Maldito avaro!

La misma rabia incapaz de contener que le hacía gritar y gritar se fue convirtiendo en lástima que trajeron un río de lágrimas que rodaron por sus mejillas y se secaron en el mismo instante en que tocaron la abrasante arena. Estafado, maleado y engañado no pudo más y se dejó caer de rodillas en la más clara señal de abatimiento que un hombre de negocios como él se podía consentir. En este momento volvieron a su mente las palabras que le escuchó decir al viejo: “Yo por lo menos se lo que tengo. Mi viejo paraguas me protege del sol, a ti tu gran BMW ya no te lleva a ningún lado. Yo tengo lo que más vale y nunca lo perderé.” Se aferró al paraguas y se levantó de nuevo con un brío nuevo, riendo a carcajadas.
- ¡Mira! Ya has perdido lo único que tenías ¡Viejo loco! Ahora el paraguas es mío. Ahora yo soy el sabio, el paraguas me tapa a mi del sol y sin embargo el coche que piensas robar no anda ¿Quién es el loco ahora? ¿Eh? ¿Quién es el loco?

Mientras pronunciaba estas palabras vio a sus pies la cantimplora vacía del viejo, estaba seguro de haber bebido y su camiseta estaba humedecida. “¿Por qué le habría dado el viejo el poco agua que le quedaba en la cantimplora?” Y como el mismo había gritado, era a el a quien cobijaba el paraguas de los rayos del sol. ¿Habría entendido aquel viejo chiflado ese trueque como un pago por su coche? ¿Habría tratado de ayudarle? ¿Y porque a él?

El sol empezaba ya a derretirse bajo la línea del horizonte cuando una figura humana tirando de un camello apareció en lo alto de una duna. Ramón se levantó como pudo y sacando fuerzas de flaqueza corrió hacia él pidiendo ayuda. Pero débil y deshidratado sus piernas perdían equilibrio a cada paso. Cuando comprendió que aquella persona caminaba hacia él comprobó que era el dueño del paraguas al que se aferraba. Cuando el anciano llegó hasta él, le ayudó a subir al animal sin decir una palabra.
- Mi nombre es Ibrahim, no temas nada vengo a ayudarte.
- Siento haberte roto el paraguas.- Dijo Ramón cuando consiguió reunir el valor suficiente.- El viejo sonrió y un hueco dejó ver que había perdido el diente de oro que antes brillaba en su boca.
- No pasa nada. No es imprescindible.
- Pero era lo único que tenías.- Dijo totalmente avergonzado.
- Te equivocas, eso era solo un lujo con el que me permitía cargar. Pero como todos los lujos de la vida, esas cosas que guardamos por si acaso, no son más que lastres que te anclan al suelo y te impiden volar.
- ¿Un lujo?- Preguntó sin entender sus palabras.
- Por supuesto, la vida es como el desierto. Y en el desierto solo hay tres cosas imprescindibles. Una cantimplora llena que solo se bebe hasta la mitad (necesario para el cuerpo), un corazón lleno de amor que solo se da hasta la mitad (necesario para el espíritu) y algo que no pese y valga lo suficiente como para salvar una vida (necesario para salir de un apuro).- Ramón no entendía a que se refería si no era su paraguas, los dos sonrieron y él se avergonzó más todavía.
- Gracias por estar dispuesto a perder tu diente por mi, gracias por la mitad de tu cantimplora pero ¿y el corazón? En el amor yo opino que es mejor darlo todo.- Esa charla en el atardecer del desierto estaba siendo lo más valioso que Ramón jamás aprendería.
- No amigo, tanto en el corazón como en la cantimplora hay que poner la mitad para ti y la mitad para el prójimo.
- ¿Para el prójimo?- Se extrañó Ramón- Tu viajas solo ¿por qué guardar la mitad para el prójimo?
- Si aparece no tendré miedo a dárselo porque es suyo y si no aparece tal vez sea yo quien lo necesite y si no lo he guardado corro el peligro de morir como tu, de sed y de tristeza.
- Tu dijiste el día que nos vimos, que sabias lo que poseías y no lo perderías nunca, Pero ahora todo me lo has dado a mí. Me diste tu agua, cambiaste tu diente por un camello que te ancla al suelo y estás malgastando tu amor conmigo. ¿Qué harás ahora que lo has perdido todo?
- ¿Sabes a que me refería cuando te dije que yo tenía lo que más vale y no lo perdería nunca?- Se acercaban ya a un campamento de tiendas, donde supuso se quedarían pues la noche empezaba a cubrirlo todo con su oscuro manto.
- A tu cantimplora, a tu diente de oro, a tu ,...,
- No. Eso es imprescindible pero no es lo que más vale. Lo que más vale es la mitad del amor que guardo para mí. Pues ese amor por ti te puede hacer conseguir todo aquello que desees, una cantimplora, un diente de oro,..., Sin embargo nada, absolutamente nada material puede hacer que te ames a ti mismo por encima de todas las cosas. Y lo bueno del amor es que nunca se acaba y nunca se malgasta.

Ramón levantó la mirada y observó una figura se acercaba a darles la bienvenida. Sólo cuando estuvo a su lado reconoció a su mujer. Parecía otra persona de la que él dejó en la puerta de aquel hotel. Parecía distinta de la persona con la que compartió sus mejores años. No solo sonreía su boca, también lo hacía con el corazón, con los ojos. Parecía exhalar sonrisas por cada poro de su piel. Supo entonces que ella se amaba más de lo que él la había amado hasta ese momento por eso fue capaz de huir a sanar sus propias heridas, pero la otra mitad de su amor era sólo suyo por eso no pudo más que volver a darle lo que solo a él le pertenecía.

Autora: Nuria L. Yágüez

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