domingo, 21 de noviembre de 2010

LOS OJOS DE LA OSCURIDAD

Hoy es mi corazón el que cabalga entre mis costillas. Hoy soy yo la que se ha esforzado por sorprender tu alma. Hoy me he levantado temprano con el deseo de ver tu sonrisa ilusionada. Me he preparado un gran desayuno casi a oscuras y me he sonreído ante el espejo. Soy esa que me ha devuelto la sonrisa con entusiasmo. Al salir a la calle, vi el sol anaranjado saliendo por el horizonte y me he dicho que este será un gran día. Y hoy, es un gran día.

Ahora espero en la estación del metro. Siento una emoción casi incontrolable por verte y que me veas. Aquí, esperándote, con el nerviosismo que me provoca la propia alegría de estar aquí. Todavía no has llegado y me entretengo mirando las caras dormidas e inexpresivas de la gente. Y pienso que soy la única que siente una inmensa felicidad de estar aquí, en esta estación gris, fría e impersonal. Viene un tren con cientos de seres acostumbrados a pasar por aquí a diario, que caminan como autómatas en su rutina. Te retrasas y empiezo a preguntarme si será esta la estación que me dijiste. Pero creo que sí, así que sigo esperando.

Me parece que fue ayer mismo cuando hablamos de este lugar y hace casi ya tres meses. Tu esperabas en el ascensor y yo me acerqué a ti por detrás. Al abrirse las puertas me cediste el paso y yo me sorprendí porque pensaba que no me habías visto. Tu sonrisa como siempre radiante y tu exquisita educación volvieron a reflejarse en tus palabras.
- Hola Nora ¿Cómo estás?
- Bien gracias. A casa a descansar que ya es hora- Te dije por no decirte que estaba hasta las narices de trabajar.
- Eso está bien, hoy hemos trabajado duro y nos merecemos un buen descanso.- Tu siempre eres correcto y aunque ahora me encanta, al principio me irritaba que siempre tuvieras en la recámara las palabras que yo esperaba escuchar.




De pronto el ascensor se detuvo entre dos pisos y todas las luces se apagaron. No había movimiento. El pánico había entrado con nosotros en el ascensor sin ser visto y ahora se había abalanzado sobre mí sin compasión. Tú no hablabas. Mi respiración empezó a acelerarse como si en vez de bajar los doce pisos que habíamos bajado en ascensor lo hubiera hecho a pie.
- Nora. -Creo que estaba rezando en alto, como siempre hago cuando el terror me invade con sus horribles tentáculos y eso a ti te pareció insólito.- ¿Nora?- Tus manos torpes avanzaron por la oscuridad hasta tocar mi hombro.- No te asustes, no pasa nada.- Entonces fui yo la que se aferró a  tu brazo mientras gritaba.
- Nora, no pasa nada, Nora, tranquila.- susurraste mi nombre.
- Son las once y media, no creo que quede nadie en el edificio. ¿Quién nos va sacar?
- Esto es un apagón momentáneo, enseguida vendrá la luz y continuaremos bajando.
- ¡Por un apagón de luz no se para el ascensor, imbécil!- Yo chillaba como una rata histérica mientras tu tratabas de mantener la calma por los dos. Cosa que me irritaba más todavía.

Fue entonces cuando comprendiste hasta que punto estaba asustada y cuando yo comprendí que además de los nervios estaba a punto de perder mi puesto de trabajo. Tu no dijiste nada. Me abrazaste con fuerza y empezaste a chistar como una serpiente en mi oído.
- Schissss. Venga tranquila. Te aseguro que no pasará nada. Schisssss. Posiblemente haya habido una sobrecarga de luz y el ascensor se habrá parado como método de seguridad.- Decías mientras me acariciabas el pelo.- Schisss, mientras estemos abrazados no pasará nada.
- Tengo fobia  a los sitios cerrados. Pero es la oscuridad la que me descontrola.- Conseguí decirte algo más calmada.
- Schisss, no pienses ahora en eso. No pienses en nada, schisss.- El simple contacto contigo me había hecho relajarme pero tus palabras como siempre oportunas aclararon en gran parte mis dudas.
- Prométeme que no pasará nada.- Te pedí.
- Schisss, -seguíamos abrazados y el aire que se escapaba entre tus dientes acariciaba mi oído.- No va a pasar nada.- Tus palabras transmitían seguridad y poco a poco iban apaciguando mis nervios. De pronto me dijiste- ¿Puedes recordar mi rostro?
- ¿Qué?- Pregunté sin saber que pretendías.
- Verás, yo describiré tu rostro y luego tú el mío.

Tratabas de alejar mi atención del problema y lo estabas consiguiendo. Empezaste a describir mi cara con una precisión extrema. Parecía como si lo estuvieras viendo en ese momento. Cada detalle de mi cara lo explicabas con paciencia y ternura, con seguridad, sin titubear.  Tu hablar pausado, educado, dulce, casi meloso iba embaucándome. Como una balsa que se mece en la corriente, al vaivén de las olas, ora arriba ora abajo, cadencioso, sereno. Tus palabras hipnotizaban mi mente y desnudaban mi alma. Ya no podía escuchar lo que decían. Tu voz llegaba a mis oídos desde muy lejos, como el rumor del viento en la rendija de una ventana. No conseguía comprender su mensaje, pero su tono grave alejó mis miedos.
- Ahora te toca a ti.- Volví a la realidad.
- ¿Qué? No ,..., no, no me atrevería.- Conseguí decir tartamudeando.

Sin verte, se que sonreíste. Entonces tus dedos ciegos tocaron mi boca y mis labios desearon besar los tuyos. Nos amamos lentamente sin rozarnos, nos dijimos cosas maravillosas en silencio y permanecimos abrazados toda la noche. Casi sin rozarnos. Cuando por la mañana abrieron la puerta, el jefe de comerciales y la secretaria del director salieron con rostros cansados y se fueron a sus respectivas casas. Pero en nuestro interior habíamos experimentado algo más. Algo que jamás olvidaré. Había nacido una gran amistad.

Fue así como aprendimos a besarnos con la mirada y amarnos con la sonrisa. Pero si a vista de los demás, incluida la nuestra, no podíamos amarnos, en nuestras mentes no teníamos límite.

Me extraña que no hayas llegado todavía. Miro el reloj y me pregunto si será el primer día en toda tu vida que llegues tarde. Justamente hoy que te estoy esperando. He visto llegar a tanta gente que no sé si te habrás ido sin llegar a vernos. Tal vez estés enfermo. Podría ser. Tal vez no fuera ésta la estación donde me dijiste que cogías el metro. Sólo hablamos una vez de ello, pero puedo recordarlo como si fuera ayer. Si no vienes antes de que llegue el siguiente tren optaré por irme, no puedo seguir esperando o seré yo la que llegue tarde.

- No puedo creer que recuerdes mi cara con tanta exactitud.- Te dije cuando nos sentamos cansados sobre tu abrigo.
- Siempre me he fijado en ti.- Tu voz seguía adulando mi cuerpo y alabando mi ego.-  Tienes una clase especial.
- Yo nunca había pensado en ti de esta forma. Te veía tan,..., inaccesible.
-  ¿Inaccesible?- Preguntaste incrédulo.
- Tú eres jefe. Tu tienes un despacho y una plaza de aparcamiento reservada. No creo haberte visto nunca en la parada del autobús.
-  No soy como los otros jefes.- Aseguraste con total convencimiento.- Yo vengo en metro, porque el autobús te deja más retirado. Como en el comedor de empleados  y no creo haberte visto nunca allí, por eso no creo que seas ,..., inaccesible.- Por primera vez te veía ponerte a la defensiva, y me gustó importunarte.
- Ahora ya lo sé, pero a mí me lo parecías.- Dije restándole importancia al asunto.
- ¿Porqué vienes en autobús?
- Es más cómodo.- Te mentí, sin conseguir que lo creyeras.- Lo cojo en la puerta de casa y me deja ahí mismo.
- Pero tienes que coger dos autobuses. El metro sin embargo es directo. Si bajas un par de calles puedes cogerlo en Argüelles. Y desde allí viene directo.
- Mario, ¿sabes donde vivo?- Hablabas como si realmente lo supieras.
- A cuatro manzanas de mi casa. Te he visto varias veces. Pero no te dije nada porque me parecías una persona ,..., - dudaste un momento y añadiste con una pícara sonrisa- ,..., inaccesible.

Me parecía mentira que supieras tantas cosas sobre mi vida. Hablamos toda la noche, sin pasar de las palabras. Sin embargo en nuestras mentes aprendimos a querernos. Fue después; casi cuatro días más tarde, cuando llegó a la oficina un ramo de rosas con una nota anónima. “Esta tarde estaré en el Afnac a las 19:30, busca el disco de Luz Casal, necesito verte otra vez a solas.” Mi forma de ser es asustadiza por naturaleza. El miedo volvió a atenazarme el estómago y pasé muy mal día. ¿Quién necesitaba verme otra vez? ¿Quién me había visto alguna vez a solas? ¿Quién estaría allí? Mi mente no paraba de hacerse preguntas y no podía concentrarse en su trabajo. Recuerdo que al pasar por mi mesa comentaste “bonito ramo, es una pena que haya algunas rosas que se marchiten”. Pienso que viste la duda en mi rostro e intentaste darme una pista. El caso es que sin saber porque a la hora acordada me encontraba  tras un expositor mirando hacia la esquina donde me habían dicho que estaba ese disco. Pasaban ya diez minutos y nadie conocido se detuvo en ese lugar. Por fin me acerque con desconfianza y al buscar el disco, que me habías dicho, vi una nota. "Gracias por venir, ahora si tú también quieres verme, ve al área de lectura, te estaré esperando. Mario”.  Sonreí como una tonta y corrí hacia donde me habías dicho. No se porque pero supe que tenías la seguridad de que iría. Cuando llegué me besaste en los labios como si lo hubieras hecho toda la vida. Reconocí el brillo de tus ojos, sabor de tus labios, reconocí el olor de tu perfume, la suavidad de tu tacto y la dulzura de tus palabras. Fue como llegar a mi hogar, a ese lugar donde siempre había estado antes. Nos fuimos a tu casa cogidos de la mano e hicimos el amor lentamente.

- Siempre te he querido.- Me susurraste al oído.
- Yo siempre te he esperado.- Después apagaste la luz y notaste como mi cuerpo se tensaba. Acariciaste mi espalda mientras chistabas.
- Schiss. ¿Te atreverías ahora a describir mi cara?
- No.- Dije con mucha tensión.
- Schiss, no hace falta que lo hagas con palabras. Piensa en alguna parte de mí que te guste y trata de imaginarla en movimiento. Siempre que tengas miedo piensa en algo que te guste.

Yo recordé tus ojos. Parpadeaban lentamente. Almendrados, claros, brillantes, pero sobre todo sinceros. Me habías regalado el disco y me dijiste que la segunda canción la podías haber escrito para mí, pero que le dejaste el privilegio a Luz Casal. Me gustó. Sonaba lenta, a un  volumen moderado, hablaba de que siempre confiarías en mi. Después de hacer el amor tenía tu aroma impregnado en mi cuerpo y desnudos sobre las ropas de la cama seguíamos abrazados. Cantabas la canción como si la hubieras escuchado muchas veces. Me enamoraste por segunda vez.

Ya no puedo esperar más cuando llegue al trabajo buscaré un momento para llamarte. Estoy preocupada, me extraña tanto que no estés ya aquí ,..., . Alguien se ha parado a mi espalda y sé que eres tu. He vuelto a olerte. Tu perfume me está abrazando por la espalda. Me hago la remolona y disimulo como si no lo hubiera notado. Por fin me doy la vuelta sonriendo, pero no eres tu. He perdido la sonrisa y decido irme en el siguiente tren.

Nuestros encuentros siempre fueron así. Cada vez más esperados pero en el fondo, sorpresivos y sorprendentes. Me llegaba una entrada de teatro por correo y casualmente tú tenías la de al lado. Volvíamos a vernos. Un día aparecía sobre mi mesa un billete de tren y un bono de hotel. Siempre ese hotel al lado del mar. El día del viaje, casualmente tú ibas sentado a mi lado y no tenías donde dormir. Me gusta ese tipo de sorpresas, porque ahora sé que vienen de ti. Me regalas la ilusión del amor cada día. El que en la oficina nadie lo sepa me gusta pues cuando nos miramos nos decimos cosas que sólo tu y yo comprendemos. Es un aliciente más.

Por fin llega el metro. Viene lleno y nos apretujamos unos contra otros. Eso me altera un poco, pero cierro los ojos y los tuyos aparecen en mi mente. Vuelven a parpadear con esa cadencia lenta con que siempre suelen hacerlo. De pronto me sonríen. Entramos en el túnel y mi corazón sonríe como tus ojos. Lo he superado. He superado mis miedos y me hubiera gustado enormemente que hubieras estado aquí para verlo.

Llegamos a la siguiente estación y nos detenemos. El siguiente túnel lo pasaré con los ojos abiertos. Es todo un reto pero sé que lo superaré, porque aún puedo ver tus ojos. De pronto abro los míos y te veo allí, sonriendo. Me alegro contigo desde la distancia pero tu desvías la mirada con nerviosismo. La mujer que va a tu lado, te habla al oído y tu ya no te atreves a mirarme. Sigues con la mirada ausente. Ahora es ella la que se ríe pero tu no consigues levantar la vista del suelo, que no puedes llegar a ver por las apreturas. Te besa en la oreja y tú la rehuyes pero ya está todo claro. Entramos en el túnel y con los ojos abiertos, veo los tuyos que parpadean lentamente. Pero ellos ya no sonríen, yo sin embargo sí. No te guardo rencor. Me has dado algo que vale más que todos los besos que pudieras darme en toda tu vida y tu sin embargo ni siquiera lo sabes.

Al llegar a la oficina, preparo mi trabajo como todos los días. Tú te has hecho el remolón y has llegado cinco minutos después. Cuando entras te miro sonriendo como siempre. Desde que te conozco, siempre lo he hecho. Tú no te atreves a mirarme. Al pasar junto a mi mesa te digo como todos los días.

- Buenos días Mario.
- Hola.- Susurras escuetamente. Yo sonrío, pero tu no.

 
 Autora: Nuria L. Yágüez

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