domingo, 12 de diciembre de 2010

MI QUERIDA PRIMAVERA

La tía Jose siempre había ejercido mucha influencia en nuestras vidas. Ella era una mujer fuerte, muy distinta al resto de mujeres de su época. Mi madre sin embargo siempre estaba llorando y no disimulaba porque nosotros estuviéramos delante. La tía Jose por su parte no cejaba nunca en su empeño de que nuestra vida fuera alegre y jugaba con nosotros a todas horas.

Mi abuelo no sonreía nunca, metido en su cuarto de los inventos como la tía Jose lo llamaba pero donde nunca inventó nada. La tía Jose siempre estaba a nuestro lado.

Mi abuela siempre estaba enferma, con desmayos continuos y quejándose a voz en grito de sus múltiples enfermedades imaginarias que ningún médico pudo descubrir. Con la tía Jose sin embargo eran numerosas las tardes en las que mediamos los ataques de risa con el risómetro que más tarde resulto ser una simple radio estropeada... La tía Jose,..., la tía Jose era muy diferente a pesar de ser la que más razones tenía de quejarse de su enfermedad, de la que nunca supimos nada, hasta un día en que jamás olvidaré.

Faltaban cuatro días para la entrada de la primavera y aquel año la primavera parecía haberse olvidado de venir. Hacía un frío terrible que se metía por cada rendija de la ventana y hacía nido en nuestros huesos. Ya se había hecho norma el no quitarse la bufanda ni para ir a la cama. La reunión siempre se hacía en la cocina al amor del fuego de la cocina de carbón. Pero no siempre había carbón para encenderla. Aquella mañana la tía se levantó muy temprano, encendió el fuego y nos preparó un vaso de leche con mendrugos de pan y fue a despertarnos. “Ha llegado el momento, se nos olvidó llamar a la primavera y si no la llamamos sabéis que nunca llegará.”, nos dijo en un susurro, para no despertar a mi madre.

¡Caray!. No me lo podía creer, se nos había olvidado por completo. Todos los años escribíamos una carta a la primavera invitándola a visitarnos y aquel año se nos había olvidado.
- Hemos estado tan preocupados de abrigarnos y buscar carbón para el fuego – dijo la tía- que se nos pasó y ya sabéis que depende de vosotros.
- ¿Crees que será demasiado tarde?
- Si nos ponemos manos a la obra ahora mismo, tal vez no.

Sacamos una hoja de papel y empezamos a escribir rápidamente lo primero que se nos pasó por la cabeza.
- Alto, alto. Estáis yendo demasiado deprisa y esto no está quedando bien. Deberíais saber que cuanto más bonita escribáis la carta antes vendrá. Porque si es difícil de entender tardará en leerla. Si es monótona se aburrirá y la dejará a medias. Y si no nos esforzamos por escribir bien ni siquiera la entenderá. - La tía sabía de estas cosas más que nadie y si ella decía que era así, así sería.- Debe de ser breve y concisa, estar ordenada y sobre todo ser amable pero sin llegar a la ñoñería.- Ella había estado muchos años escribiendo esa carta, antes de que nosotros llegáramos. Y antes de que ella pudiera hacerlo, lo hacía la abuela y antes la bisabuela. Eso nos había dicho ella. Era una tradición que habíamos mantenido durante años en nuestra familia y de nosotros dependía que la primavera llegara o estuviéramos el año entero pasando frío.

Tratamos de tranquilizarnos un poco y empezamos a escribir algo más relajados. La tía como siempre tenía razón. Ahora las palabras salían con mayor exquisitez de nuestras mentes infantiles. Y aunque ella nos ayudó un poco, fue su consejo lo que más reforzó nuestras ideas.

- ¿Tía tu crees que no notara que la escribiste tu?- Pregunté después de ver lo bien que había quedado.
- Son vuestras ideas. ¿No? Eso es lo que cuenta. Además como ya os estáis haciendo mayores posiblemente no note la diferencia.- Cerramos la carta, le pusimos la dirección y el sello del innombrable. Se la confiamos a la Tía como todos los años para que ella se encargara de echarla al buzón.

Mamá no tardó en despertarse y el día pasó como todos los anteriores. Fuimos a la escuela y Don Leandro me hizo poner en pie para repasar los ríos. Quizás hoy no me acordaría de esto de no haber sido por una frase que se quedó grabada en mi memoria. Yo me puse en pié y repetí los ríos con cada uno de sus afluentes sin titubear. Era el cuarto niño que lo intentaba y los otros tres habían fracasado estrepitosamente, entonces Don Leandro dijo.
- Ríos de lágrimas lloraréis el día de mañana si no os aplicáis ahora.- ¿“Ríos de lágrimas”? No había oído nunca esa expresión y me fascinó tanto que me pasé el día entero imaginándome a mi madre llorando como solía hacer, pero esta vez sus lágrimas formaban ríos, con afluentes y todo, que iban a desembocar al mar. Mi madre si era capaz de llorar ríos de lágrimas y mi imaginación infantil la recordaría así durante mucho tiempo.

Cuando llegué a casa entré en la cocina donde mi madre lloraba como siempre manando ríos de lágrimas que iban a desembocar al mar. La miré tristemente y me subí al dormitorio de la tía para ver a qué jugaríamos hoy.

Iba a entrar a su dormitorio pero al no verla dentro me paré en la entrada. Una respiración angustiada me detuvo en seco. Alguien lloraba y sin previo aviso se cerró la puerta del armario que hasta ese momento había permanecido abierta. Eché un paso atrás y apoyé mi espalda contra la pared conteniendo la respiración. Era la tía Jose. La vi sólo un segundo pero jamás en la vida podría confundir a mi tía con nadie. Su gruesa silueta de luto riguroso se sentó sobre la cama, escuché con claridad el chirrido de los muelles, y desde mi escondite la pude oír llorar. Estaba desconcertado y al ver a mi tía llorar me sobrevino una tristeza brutal. A mi madre la había visto llorar durante tanto tiempo que ya lo veía como algo normal y nunca me había preguntado porque lo hacía, sin embargo lo de mi tía era diferente. ¿Qué le pasaría? Quise entrar a hablar con ella pero en ese momento mi hermano subía las escaleras y no podía dejarle que viera esa escena. Bajé y le propuse jugar al escondite detrás de las pilistras.
- ¿Qué te pasa José?- Me preguntó cuando llevábamos veinte minutos allí escondidos sin hablar.
- Nada.
- Estás muy serio José. ¿Te han regañado?
- No
- ¿Entonces porque estas serio José?
- Calla estoy intentando pensar.
- ¿En que? José. – Mi hermano quería saber todo y de momento no parecía saber nada, porque todo lo preguntaba.
- En nada. No pienso en nada.
- No se puede pensar en nada José.
- Por eso me resulta tan difícil, cállate.
- ¿Y en que pienso yo José?
- ¡José, José, José, José! Vas a borrarme el nombre.
- ¿Por qué José?

Había momentos en los que me desesperaba, pero como decía la tía yo era más inteligente y sólo debía convencerle de que en ese momento era mejor estar callado que hablar sin decir nada.
- Carlitos, vamos a jugar al escondite yo cuento y tú te escondes, no vale subir al piso de arriba ¿Vale?
- ¡Vale!- Me puse cara a la higuera y empecé a contar. Cuando había llegado a veinticinco de Carlitos ya no había ni rastro. Carlitos no era muy valiente y el simple hecho de que pudiera pillarle le haría aguantar en su escondite un buen rato.

Oí que la tía estaba en la cocina hablando con mamá y subí sigilosamente las escaleras. No podía quitarme la idea de la tía llorando de la cabeza. Fuera lo que fuera lo que la había hecho llorar estaba en su habitación. Me colé en su dormitorio como una sombra y abrí su armario. Una caja de bombones Elgorriaga con delicadas flores fue lo primero que vi. No quería un bombón pero mis manos corrieron hacia ellas, cautas de no poner nada fuera de su sitio. Al abrirla vi un montón de cartas atadas con un lazo rosa. No hubo ni un segundo de dudas, reconocí mi letra en la primera.

Querida primavera
C/ 21 de Marzo
País del buentiempo

Por un momento pensé que a la tía no le había dado tiempo de echarla al buzón. Deshice el nudo y comprobé que mis sospechas eran más que infundadas, pues mi letra estaba en todos y cada uno de esos sobres.

SS. MM. Reyes Magos
Camino de los regalos
Oriente

Escuche las muletas de la tía en la escalera y me tiré como un tigre debajo de su cama. ¿Por qué tenía la tía guardadas todas nuestras cartas? Las de los reyes magos, todas las de la primavera, los deseos de la noche de San Juan que debieron arder en la hoguera. Todo estaba allí, ¿cómo habría llegado la primavera todos esos años? ¿Cómo habrían sabido los reyes que yo quería el camión de bomberos? ¿Por qué lloraba la tía al ver esas cartas?

La tía entró en la habitación y mi cuerpo empezó a temblar sin control alguno. Si la tía me veía me cortaría las manos como hacían con los ladrones de los cuentos del desierto, que ella misma nos contaba por las noches. Ella detuvo su paso por un momento, pero siguió caminando, cerró la puerta del armario, que yo me había dejado abierta y se sentó en la cama. Chirrido de muelles. Yo, bajo ellos, era incapaz de abrir los ojos. Pero no parecía haberse dado cuenta de nada. Y fui recobrando poco a poco la respiración hasta que pasado un rato le escuche susurrar.
- José sal de debajo de la cama.- Hubiera querido morirme. No salí inmediatamente esperando que mis oídos me hubiesen traicionado.- José.- Volvió a repetir y por fin salí.
- Tía yo,...,- dije al salir, pero no sabía que decir. Con la cantidad de cosas que tenía en mi mente, no había nada que pudiera decir,- yo,...,
- Tu curiosidad ha crecido tanto como tu cuerpo y has descubierto algunos secretos. La verdad es que tampoco traté de ocultarlos mucho. Lo cierto es que hubiera preferido que me preguntaras antes de hurgar en mis cosas. ¿No te parece?- No estaba muy enfadada y me atreví con la primera pregunta.
- ¿Qué es esto tía?- susurré con voz temerosa.
- Todas tus cartas. Siéntate conmigo que voy a contarte algo- y me senté.- La primavera viene por si sola, los reyes magos somos los abuelos, tu madre y yo, los deseos de la noche de San Juan son solo eso deseos, que yo preferí guardarlos porque pensé que cuando fuerais mayores os encantaría saber que deseabais cuando erais sólo niños.- Cuando la primera lágrima estaba a punto de brotar de mis ojos me abrazó y siguió hablando con voz dulce.- No es tan cruel como ahora piensas esto se hace para que los niños mantengan una ilusión en momentos difíciles. Tú ya eres una persona mayor y deberás guardarle el secreto a Carlitos. No le diremos nada de momento. Pero aunque seas mayor llora si quieres.

Yo no lloraba porque los reyes magos no existieran, lloraba por cobardía. Quise preguntarle por lo que en realidad fui a buscar, la razón de su llanto, pero mis labios empezaron a temblar y las lágrimas ahogaron las palabras en mi garganta. Ella me consoló en su regazo. Acarició mi cabeza y me apretó contra su pecho en un abrazo eterno. No se cuanto tiempo estuvimos así, pero debió ser mucho. Podía oler el olor del jabón en su piel. Su tacto en mi piel. Pero nada de eso me confortaba como lo hizo antes.

Yo sólo quería saber porque había estado llorando, pero fui incapaz de hacerlo. Por un momento me vino a la cabeza mi madre, llorando sola en la cocina, y quise saber porque lloraba ella. Sin duda me faltaba todavía mucho valor, para preguntarlo. Después llegó a mí, la imagen de Don Leandro diciendo “Ríos de lágrimas lloraréis el día de mañana”. Y al día siguiente lloré ríos de lágrimas cuando se llevaron a mi tía al hospital a que le cortaran la pierna que le quedaba. Por primera vez me sentí unido a mi madre en un dolor real y adulto.

Por primera vez lloré como una persona mayor, y me preocupó realmente saber porque lloran las personas mayores.

 Autora: Nuria L. Yágüez


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