domingo, 30 de enero de 2011

CULPABLE DE INOCENCIA


Acerina fue desde que nació criada como una princesa. Princesa de una isla con forma de pubis en la cual nunca vivió. Ese era su reino. Un reino que ni conocía, ni reconocía como propio.
-Serás princesa y como princesa vivirás.

        Era princesa por el nombramiento de unos padres que nunca fueron reyes, y todo el mundo la conocería como princesa, a partir de ese momento.

                Solo había una cosa que la princesa Acerina no conseguiría con su cargo y era su propio reconocimiento como soberana.

                A ella le gustaba. Y siempre revindicaba  su nombramiento. - “Soy princesa de una isla bonita, pero reino,.., no. No tengo reino”,- solía decir.  Y solo lo hacía por la impresión que causaba en los demás ese título. Esa frase dicha con sutileza, tal y como ella lo decía,…, causaba admiración. Era esa primera impresión, la que cegaba a todo el mundo, ante la presencia de una princesa, aunque careciera de reino, de trono y de lacayos.
- ¡Santo Dios! ¡Estamos ante una princesa! ¡Y con eso basta!- Gritaban como encantados, aquellos que con ella se topaban.

                Acerina empezó a crear su propio feudo de fantasías y a comportase como la princesa que los demás querían ver. Se vestía como princesa, miraba discretamente como una princesa, sólo hablaba cuando debía hacerlo y acertaba en sus palabras tal y como lo haría una princesa. Eso cegaba a quien la miraba y admiraba. Y a Acerina, tal y como a quien tenía en frente ¡Con eso le bastaba!

Pronto, Acerina empezó a dedicarse a admirar la belleza que otros hicieron. -Quiero viajar- dijo un día. Y viajó a tierras lejanas a aprender del arte de aquellos que ya no podían seguir haciendo arte. Acerina tenía su propia maestría interna, pero admiraba tanto la de los demás, que era incapaz de plasmar su valía interior. La poca gente que era capaz de ver tanta belleza, a pesar de sus esfuerzos por esconderlo, eran rápidamente apartados de su mirada por ella misma. -¡Locos, son locos! Yo soy una princesa, vivo en la realidad no en la fantasía de aquellos que crean.

Cada vez le gustaba más las sensaciones del personaje y menos las de la persona. Por lo que la joven princesa, fue apartando con mayor asiduidad a la joven y mostrando únicamente a la princesa. Y solamente cuando estaba a solas,…, la joven sentía el bienestar de aquellas palabras. Se regodeaba en el sentimiento que despertaba en los demás. Y se esforzaba por que los otros, aquellos que no habían advertido su destreza, demostraran el interés suficiente para reconocerla, y terminar apartados como dementes. Eso la hizo crearse un aura de modestia y simplicidad de la cual carecía, e hizo que la gente le admirara más todavía.

Así la princesa de aquel reino que nadie hallaba, se convirtió definitivamente en un personaje que no existía, y poco a poco empezó a vivir una vida inventada. Vivía como la protagonista de su propio cuento por el día, que era la única Acerina que los demás conocían, y una chica atormentada y de lo más normal por la noche, de la que nadie había oído siquiera hablar.

En aquel espectáculo que ella llamaba vida, viajó al reino de Gamá. En aquel reino habían tres regiones bien diferenciadas, una habitada exclusivamente por hombres, otra por mujeres y una tercera por gente que estaba de transito, entre la región en la que nació y aquella que quería habitar. Era un tiempo de revoluciones, de cambios. Un tiempo en el que aquel reino luchaba por expandirse y conquistar el resto del mundo. Y día a día, batalla a batalla, lo estaba consiguiendo. Y empezaron a ver y ser vistos.

La princesa Acerina había asistido en varias ocasiones a muestras de arte íntimo en estado femenino y le habían gustado. Pero cuando llegó a Gamá el brillo de unos ojos y la sensibilidad de una sonrisa, le hizo desviar por unos segundos la atención de si misma. En dos ocasiones se encontró cara a cara con aquellos ojos. Pero el destello que reflejaban era tan grande, que le impidió ver al personaje que había tras ellos. No lograba ver más allá y eso le llamó la atención de forma especial.
- Son como antorchas en la noche.

Acerina volvió a su reino. Pasaron varias lunas llenas y ella seguía preguntándose que ser podía mirar de aquella forma. Fueron cuatro los lunas llenas, cuatro lunas durante las que volvió a sacar a la princesa que llevaba dentro, pero algunas noches descubría a la joven pensando en aquella sonrisa, en aquella mirada, en el sentimiento que se despertaba en ella cuando la recordaba.
- ¿Por qué miran así? ¿Qué se esconde tras ellos? ¿Por qué sonríen? ¿Quién ve a través de esa estrellas?

Así, que volvió a Gamá y movió sus fichas de modo que aquellos ojos fueran hacia ella, como haría una princesa delicada. Y lo consiguió. Sin mucho esfuerzo lo consiguió, pues también estaban llenos de curiosidad.

Pero había algo tras aquellos ojos que la conmocionó más que su brillo.

Acerina montó su propio espectáculo íntimo al que la poseedora de aquella mirada fue invitada. Todo transcurrió tal y como ella había previsto. Observó con estupor que el ser, que miraba de aquella forma no era un personaje inventado como el que ella mostraba, si no una persona que vivía de forma coherente como una simple mortal, mostrándose tal y como era. -¡Que osadía! –se dijo a si misma- ¡Qué peligro! ¡Exponerse de esa forma, sin máscara, ni armas, ni armadura!

La noche se tornó en juegos,….,  y los juegos,…,  en seducción.

La princesa cometió un grave error. El espectáculo se alargó demasiado y llegó un momento en el que la princesa, fue perdiendo su forma de princesa. Se fue diluyendo el efecto de aquel brebaje mágico, llamado imaginación, que la llevaba al estado de princesa. Y conforme la niebla del personaje se deshacía,…, iba apareciendo la joven Acerina.
- ¡Dios como puede ser! Esos ojos siguen mirando del mismo modo. Incluso horas y horas mas tarde,.., ¡brillan más todavía! ¡No me mires así!- Llegó a suplicar.
- ¿Cómo? – preguntó con una sonrisa extrañada.
- ¿Cual es tu brebaje? ¿Quién es tu hechicero?
- ¿Mi hechicero? -pero entonces comprendió- Mi hechicero es el amor, mi brebaje la honestidad.

                Mareada por la invasión de sentimientos, la joven Acerina que había aparecido aquella noche salió corriendo en busca del abrigo de su mentira. Se cobijó en la soledad de sus aposentos donde recomponer a la princesa. Durmió su desconcierto y a la mañana siguiente los padres de la princesa, aquellos que nunca fueron reyes, terminaron de alentar su cuento de princesa, para reparar los daños sufridos.
- No quiero verte más, no quiero volver a saber de ti.- Decía la nota que dio a su mensajero para que entregara a los ojos que desmontaban su cuento. -Yo no soy la princesa que tú ves.- La respuesta no se hizo esperar.
- Conozco a la princesa, conozco a la plebeya, respeto y suspiro por las dos. Y así lo he demostrado en todo momento. Sólo deseo que no sufra ninguna de ellas, y que aprenda cada una a convivir con la otra. Deseaba que las tres pudiéramos terminar de conocernos en armonía pero si ninguna de las dos lo deseáis así,…, partiré discretamente y abandonaré hasta el último recoveco de tu memoria.

                La joven Acerina sintió miedo de si misma. Un miedo más grande que aquel que le había hecho inventar a la princesa. Había conocido a una soberana a una auténtica princesa que solo dejaba ver su lado de plebeya. Y solo los que la conocían y ella se dejaba conocer, disfrutaban con la presencia de la princesa, la Princesa de los ojos tristes.  

      Acerina sintió un escalofrío se difuminó en sus mentiras en aquellas tierras lejanas donde nadie ponía en duda su palabra, donde ni siquiera eran capaces de preguntarse quién era la princesa Acerina, y sentenciaron que la mentira vivía en el reino de la princesa de los ojos tristes. Sentencia: ¡CULPABLE!



 Autora: Nuria L. Yágüez


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