jueves, 19 de mayo de 2011

CONFESIONES

“De pequeño fui un niño triste, de adolescente problemático, de adulto iba camino de convertirme en asesino.”

Así empezaba el diario con el cual intentaba perdonarse sus pecados. Amancio siempre había sabido que algo no andaba bien en su cabeza. Nunca pudo encontrar algo que le asemejara a los que le rodeaban y por eso dejó pronto de compararse.


Estaba en un vagón del metro, repleto de gente, mirándoles discretamente, serio y sin expresión alguna en su cara. Cualquiera hubiera dicho que era otro autómata más en su rutina, de vuelta a su hogar, después de una dura jornada de trabajo. Pero no era así. Cuando trabajaba siempre viajaba en coche, el metro solo le tomaba para elegir a sus víctimas. Luego las seguía, disfrutaba recreándose en estos momentos. Primero desde lejos, luego dejándose ver, y por último atemorizándolas. El sabía lo que pasaba por su cabeza, pero su víctima lo estaba descubriendo en ese momento y a veces la imaginación humana es capaz de dar más miedo que cualquier asesino.


Amancio no quería saber nada de ellas, no las investigaba, la elección era más visceral y si después no podía terminar su trabajo, por lo menos había disfrutando atemorizándolas, pero cada vez quería más. Estaba empezando a no conformarse con el miedo.


Fantaseaba con matar y estaba a punto de convertirlo en una realidad, eligió a la víctima, la siguió de cerca.
Miraba sus caderas contoneándose y algo se movía en su interior, se sentía poderoso. Ella, inconsciente de lo que podía suceder, cruzó por el parque. La noche estaba oscura. El frio y la neblina hacía que las farolas reflejaran un halo blanco a su alrededor. Su melena resuelta se movía a cada paso. Amancio metió la mano en su abrigo y noto la empuñadura de su cuchillo. Se acercó más a ella y una rama seca se partió bajo sus pies.

Ella se dio la vuelta rápidamente, mirándole con los ojos como platos, y esbozó una sonrisa con la mano en el pecho.
-          Disculpe caballero es que me asusté. Pensé que venía sola y al escuchar el ruido, pensé algún depravado me siguía. Pero, ¡uy por Dios, qué vergüenza!– él no había abierto su boca.- ¿Podría acompañarme hasta el final del parque para sentirme más segura? –El echó un paso al frente, y ella le cogió del brazo. Se sentía incómodo con el cuchillo en el bolsillo.- ¡Gracias! Pensará que soy una boba atrevida, pero es que me he asustado realmente. - Sintió que ahora era él el que temblaba.-  Así me siento más tranquila.- Dijo ella apretando su brazo.

En ese momento supo que no podría matarla. Supo que se había enamorado perdidamente y caminaron del brazo el resto de noches que le quedaron de vida, que fueron muchas. Nunca fue consciente de que ese diario, realmente le había perdonado sus pecados, y le había otorgado una vida llena de amor, que nunca había conocido.



 Autora: Nuria L. Yágüez


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