lunes, 10 de enero de 2011

A PESAR DE LAS MENTIRAS


      Las melodiosas notas invadieron el aire y lo ocuparon todo trayendo consigo la paz y el sosiego que intentaban transmitir. Irrumpieron en cada rincón e incluso se colaron bajo las blancas sábanas tan sigilosamente que Abel no pudo notarlo. Así el silencio que horas antes lo había presidido todo, cedió su lugar a la melodía que había estado esperando. La habitación estaba sumida en la oscuridad, solamente iluminada por la tenue luz azulada del ecualizador de la radio.

      Una voz grave y profunda de hombre anunciaba el nombre del programa como tantas noches había escuchado. Antes de que parasen las últimas notas de la canción, la voz dulce y aterciopelada de la locutora saludó a la audiencia en el mismo tono familiar y sencillo que siempre utilizaba.

-      Hola muy buenas noches señoras y señores, bienvenidos al programa de hoy. Vamos a empezar el programa hablando de mentiras. Un estudio llevado a cabo en nuestro país revela que el ochenta por ciento de las personas reconoce haber mentido alguna vez en su vida.‑ La voz de la presentadora era pausada y aunque esta vez empezaba su programa dando los fríos datos de una estadística era capaz de provocar una total relajación.‑ Pero sólo uno de cada diez mentirosos reconoce haber mentido y haber pedido perdón a la persona afectada. Claro que lo que no dice el estudio, es si la mentira que dijeron este porcentaje tan alto de personas, fue la respuesta a esta estadística.

      Ahora más en serio, la reflexión de esta noche me hace pensar si no nos estaremos olvidando de la importancia de la sinceridad. Y en caso afirmativo, es decir si en realidad cada vez mentimos más, y llegará el momento en que no creamos a una persona cuando nos diga la verdad. A fin de cuentas ¿nos pasará a todos lo mismo que al pastorcillo mentiroso? ¿Se terminará convirtiendo la gente honesta en una especie en extinción? ¿Se estará convirtiendo la honradez en un bien infravalorado?

      Y es que hay quien afirma, que observando el comportamiento de una persona, se puede saber si esta miente. Así, si una persona baja los ojos o los mueve rápidamente, es que nos está mintiendo. Si golpea con las manos la mesa mientras habla o se las frota demasiado, es que no nos dice toda la verdad. Si se muerde los labios continuamente, es que nos oculta una parte de la que no quiere que nos enteremos. En el lado opuesto se supone que si mantiene la mirada mientras habla y suspira profundamente, es que es cierto lo que nos cuenta.

      ¿Creen ustedes que es tan fácil saber si una persona miente mientras habla? ¿O por el contrario piensan que es algo que no se puede saber con estas pistas? Puede ser también que no les importe mentir o que los mientan, porque piensan que no tiene tanta importancia mientras la mentira no tenga consecuencias graves. Es decir, ¿nos podemos permitir la licencia de decir lo que llamamos mentiras piadosas o no?

      Sea de la opinión que sea nos gustaría que nos contara su forma de ver las cosas. Pero nos gustaría, claro está, que no nos mintiera al hacerlo. Si desean hablarnos de alguna mentira o lo prefieren hacer sobre otro tema en particular, aquí estamos para escucharle.

      Abel escuchaba atentamente como cada noche su programa radiofónico preferido, pero esta vez había algo de especial en el tema que hoy se había planteado. El siempre pensó que jamás podría llamar y contar sus problemas en público, donde una audiencia pudiera juzgar sus actos. Pero no pudo evitar levantarse de la cama, coger el teléfono y marcar el número donde esperaba encontrar la ayuda que necesitaba. Después de cumplir los trámites necesarios y esperar a que terminara la canción que sonaba, la voz de la locutora saludó cariñosamente.

-      Hola Marcos, buenas noches.‑ Dijo la presentadora dirigiéndose a Abel quien había mentido al decir su nombre.


-      Hola buenas.
-      ¿Qué querías contarnos?
-      Verás quería opinar sobre el tema de hoy y contarte la historia de mi vida porque tiene mucho que ver con lo que hoy se plantea.
-      Adelante Marcos, te escuchamos, pero espero que seas breve pues escuchar toda tu vida podría llevarnos meses.
-      En primer lugar no me llamo Marcos, he mentido porque no quiero que alguien pueda reconocer a su vecino o al compañero de trabajo. Y pido disculpas por la mentira.
-      De acuerdo Marcos, te incluiremos en el porcentaje correcto. Por lo que veo eres partidario de la mentira piadosa.
-      No, no es así. Una cosa es mentir y otra ocultarse tras una máscara. Verás, cuando de niño fui a tomar la primera comunión, el cura me obligó a confesarme antes de tomarla. Dios no tenía toda mi confianza, así que en la confesión dije una mentira para ponerle a prueba. Si era verdad que existía y se encontraba junto a cada uno de nosotros, haría de algún modo que aquel cura se enterara. Al cabo de dos días fui corriendo a ver al cura para contarle la verdad. La conciencia me remordía de tal forma que hubiera sido incapaz de tomar la comunión. No podía dormir, ni comer, me sentía tan mal que perdí la alegría de vivir durante mucho tiempo. Ese día me prometí no volver a decir jamás una mentira, a pesar de que con ello pudiera herir a alguien.
-      Eso está muy bien, pero no veo necesario ocultar tu identidad por eso. Probablemente tus amigos puedan llegar a vivir con esa carga.- Abel sonrió levemente.
-      Verás es que el problema que se me crea ahora, es bastante más complicado que este. Y bastante más personal. Hace una semana me llamó mi novia para darme la gran noticia de mi vida, estaba embarazada. Nuestras familias son demasiado antiguas para entenderlo y llegamos a la conclusión de que sería mejor casarnos rápidamente. Dentro de veinte días tengo que irme a china por motivos del trabajo, durante cinco meses. De modo, que una boda rápida no levantaría sospechas. El problema es que hace muchos años tuve un accidente y me aseguraron que quedaría estéril.          

      Yo de momento no la dije nada, se la veía tan contenta que preferí pensar que los médicos estaban en un error. Nunca me había dado motivos para dudar de ella y en un principio no lo hice. Pero la curiosidad me llevó a una clínica para comprobar que lo que ya sabía era cierto, y así es, con total seguridad soy estéril. Mintiéndome a mí mismo llegué a mi casa y mentí a mi familia. Soy hijo único y mis padres siempre quisieron un nieto. Se volvieron locos de alegría.
-      ¿Debo suponer que ella sigue sin saber nada?
-      Así es. De momento no se lo he dicho, porque la quiero tanto que estaba dispuesto a aceptarlo como hijo mío. Pero vuelvo a tener los mismos remordimientos que tuve cuando era niño. He mentido a mis padres y no precisamente con una mentira piadosa.

      Para mí lo más doloroso no es el engaño físico, sino el engaño moral. Un desliz puede tenerlo cualquiera, pero mentir sólo miente un mentiroso. No sé qué hacer, porque la quiero tanto,..., Yo estoy dispuesto a pasarlo por alto, y perdonarla sin pedirla siquiera una explicación. Pero mi miedo es que las mentiras no terminen aquí y siga haciéndolo después de casados. Veo muy pocas expectativas a un matrimonio sin confianza.
-      ¿Por qué no hablas con ella?
-      Me caso la semana que viene y,..., ‑ Abel volvió a planteárselo, aunque no era la primera vez que lo hacía. Durante la semana anterior no había dejado de hacerlo una y otra vez.‑ Si sigo a delante, seguiré con todas las consecuencias. He mentido por ella una vez y me siento por ello el ser más rastrero que habita sobre la faz de la tierra. Preferiría morirme ahora mismo a que algún día se descubriera mi mentira.
-      ¿Por qué tiene tanta importancia para ti el que te descubran en un renuncio?
-      No lo sé, pero te prometo que preferiría morirme.
-      Entonces si ella jura guardarte el secreto y no volver a hacerlo estás dispuesto a ir al altar con todas las consecuencias.
-      Si, así es.
-      Bueno Marcos, pues ¿qué te parece si esperamos a ver si alguien puede ayudarte? Tal vez algún oyente se haya encontrado alguna vez en una situación parecida o sepan de alguien que lo haya estado, y pueda decirte como actuaron ellos.
-      De acuerdo. Muchas gracias, necesitaba hablar con alguien y desahogarme. Ahora me encuentro mejor.
-      Pues entonces me alegro de haber charlado contigo ahora vamos a ver que te dicen.

      Sara estaba escuchando y mientras lo hacía no paraba de llorar. Llevaba unos minutos encerrada en el cuarto de baño con el teléfono en la mano y l móvil en la otra pero no se atrevía a llamar. Acariciaba los números mientras trataba de calmarse, no sabía si sería capaz de hacer aquella llamada. Pero después de unos minutos, terminó por hacerla.
-      Hola Sandra, buenas noches.‑ Sara también había decidido ocultar su verdadero nombre.
-      Hola, yo llamaba para dar un consejo al chico ese que llamó antes, diciendo que su novia le había engañado.
-      Si mal no recuerdo se hacía llamar Marcos, aunque reconoció que no era su verdadero nombre.
-      Si eso es, así es como se llamaba. Bueno pues yo creo que debería seguir con su novia. Según hablaba de ella deben quererse mucho para dejarla por una tontería. El mismo decía que un error así puede cometerlo cualquiera.
-      A mí no me parece una tontería el que su novia le haya engañado a punto de casarse.
-      Pero ellos se adoran. Sus padres no tienen porque enterarse de nada. A veces un secreto une más a la pareja. Estoy segura de que eso no volverá a pasar. Seguro que esto la hará recapacitar y jamás volverá a mentirle, estoy segura. Si la deja ahora vivirá toda la vida pensando en ella, y posiblemente a ella también se le destrozará la vida.
-      Sandra, ¿conoces de algo a Marcos?
-      No solo quiero que sea feliz.
-      ¿Y porque estás llorando?

      Sandra estaba demasiado alterada como para encontrar una buena excusa. Necesitó unos segundos para aplacar sus nervios. Pero este leve silencio la delató.
-      Es que me he emocionado. Pero eso era lo único que quería decirle, que piense que si él la quiere tanto es porque el amor es mutuo. Que la de una última oportunidad.
-      De acuerdo Sandra pues estoy segura de que Marcos te habrá escuchado y habrá tomado buena nota.

      Abel se levantó como cada mañana de esa última semana con los nervios totalmente destrozados. Una boda puede alterar a cualquiera, pero anularla no es que pueda, es que directamente te destroza. Sobre todo si todavía quieres a la que ya no será tu pareja.

      Cuando llegó a la oficina se encontró en el aparcamiento con Randy un compañero sudafricano con el que había cruzado un par de palabras en alguna ocasión.
-      ¡Abel!‑ Gritó su colega para que le esperara antes de que se cerrasen las puertas del ascensor.
-      Hola Randy. ¿Cómo estás hoy? ‑ Dijo Abel cuando llegó a su altura.
-      Negro, es que el tráfico de esta ciudad me tiene quemado.‑ Randy tenía un sentido del humor envidiable, y le gustaba mucho hacer ese tipo de chistes.

      Abel subió con él en el ascensor hablando sobre los nuevos problemas que se habían planteado en el trabajo. Pasaron por el despacho a dejar sus portafolios y mientras Randy ultimaba los últimos detalles antes de entrar en materia Abel fue a buscar unos cafés a la máquina. Desde lejos pudo observar que era Sara la que esperaba pacientemente su turno.
-      Hola.‑ Dijo Abel cuando estuvo detrás de ella.
-      ¿¡Ya has llegado!?‑ Abel la besó amorosamente como siempre hacía.
-      Si, tenía ganas de verte. Tienes ojeras, ¿no has dormido bien?
-      No, algo me desveló anoche y ya no pude dormir.

      Ambos habían reconocido sus voces por la radio y los dos lo sabían. Con sus miradas se estaban diciendo que no necesitaban más explicación que la que ambos se dieron por la radio.
-      Serán los nervios de última hora. Yo tengo el estómago destrozado.
-      Tengo unas ganas locas de que pase la boda, y olvidarnos de todo.- Dijo Sara.
-      Estoy seguro de que el viaje nos ayudará a olvidarlo.

      Las compañeras de sección de Sara esperaban delante de ellos a que la cafetera terminase. Sus sonrisas delataban que permanecían a la escucha. Quizás la idea de ocultar sus identidades no había dado resultado, se dieron demasiadas pistas como para no reconocerlos.
-      Abel, quiero que sepas que te adoro.
-      Y yo a ti también.

     


      Después de la boda los dos pasaron los mejores días de sus vidas. El embarazo empezó a notarse rápidamente y los dos disfrutaron de él como requería la ocasión. Nunca volvieron a hablar del tema y con la ayuda de Sara, Abel dejó los remordimientos a un lado. En una ocasión Sara trató de dar las explicaciones que pensaba que su marido merecía, pero Abel la detuvo.
-      Abel quiero que sepas que no sé porqué lo hice y que jamás me arrepentiré lo suficiente por hacerlo. Fue un solo y único error, pero que me podía haber costado demasiado caro.
-      Déjalo, no tienes que explicarme nada.
-      Pero debo hacerlo. Te agradezco muchísimo que nos aceptases a pesar de todo y te juro que nadie sabrá nunca que no es tu hijo. Jamás te volveré a mentir.
-      Sara por favor déjalo. No sé de qué me estás hablando.- Y se fue a dar un paseo.
-      Gracias mi amor, gracias.- Dijo Sara aun a sabiendas de que él ya no la oía.

      Todo volvió a la normalidad y la felicidad dirigía sus vidas. Todos los problemas se solucionaban con el amor que ambos compartían por el niño que estaba por llegar. El trabajo en china se retrasó más de lo que esperaban y solo Sara pudo volver para el parto. Al principio esperaban que Abel también pudiera regresar pero las sospechas de que el bebé pudiera nacer allí hicieron que ella adelantará su viaje. Y cuando llegó el momento Abel sufrió la decepción más grande de su vida, por no poder estar a su lado en un momento tan señalado. En el parto habían surgido algunas complicaciones y madre e hijo habían tenido que permanecer en el hospital un par de semanas más. Las llamadas de teléfono eran continuas, pero ya habían llegado al final pues el avión que traía a Abel acababa de aterrizar. Abel estaba preocupado pues notaba a Sara algo seria cuando hablaban, pero ella no decía nada y sus padres estaban ilocalizables. Abel lo achacó todo a la preocupación que Sara estaba sufriendo por la enfermedad del niño. Al llegar lo primero que hizo fue pasar por el hospital, el viaje había sido muy duro pero no quiso pasar siquiera por casa a dejar las maletas. Cuando pudo ver a ese hijo que tanto había deseado salió corriendo del hospital. No podía soportar quedarse allí ni un segundo más. No podía creer que eso le estuviera pasando a él.

      Recorrió las calles de la ciudad con el único pensamiento de quitarse la vida. Después de lo que deseo que llegara ese momento, resulto ser el peor de su vida. Pero en realidad no deseaba morir sino desaparecer sin que se recordase nunca su paso por esta vida. Había comprendido en un solo instante porque era tan importante para él que nadie descubriera su mentira. Sólo le quedaba una solución, tomó su coche y estuvo conduciendo durante toda la noche para ver a la única persona que podía ayudarle en un momento así. La persona que siempre había estado a su lado cuando necesito un sabio consejo.



-      Hola muy buenas noches señoras y señores, bienvenidos al programa. No sé si ustedes tienen la sensación de ser juzgados continuamente por las personas que le rodean. Y de ser juzgados además de una forma negativa hagan lo que hagan. Quizás muchos de ustedes también les importe demasiado lo que los demás piensen de su comportamiento, de su actitud, de su forma de vida e incluso de su vida privada. Y quizás muchos de ustedes se han visto obligados por la presión de los demás a hacer algo que no hubiese hecho si no fuese por el que dirán.

      Hoy me ha llamado una persona antes de empezar el programa y me ha contado la historia de un joven, que estuvo a punto de dejar escapar al amor de su vida, por el que dirán. Pero afortunadamente reaccionó a tiempo gracias al consejo de su abuela. Una mujer ya muy mayor, que en su época si dejó escapar al gran amor de su vida, precisamente por este mismo motivo. La abuela siempre se arrepintió. Y cuando vio que su nieto estaba a punto de caer en el mismo error, en el que ya cayó ella le explicó algo que sabía, que iba a hacer dudar al nieto antes de tomar el camino que le dictaban los demás.

      La historia que le explicó la abuela a su nieto, cuenta que cada mañana, un padre, un hijo y el burro de carga que tenían para hacer las labores del campo, recorrían un largo camino desde el pueblo, hasta el mercado de la ciudad para vender las cebollas, las patatas y las hortalizas que sembraban en su huerto. Normalmente para hacer el camino hasta el mercado el padre iba encima del burro y el hijo iba a pie. Pero la gente que les veía pasar hablaban muy mal del padre y le ponían verde, gritándole a viva voz, que vaya padre tan abusón que hacía al hijo ir a pie, mientras él iba cómodamente sentado sobre el burro. Para acallar las críticas al día siguiente cambiaron las posiciones. El hijo fue sobre el burro y el padre a pie. Pero los mismos vecinos volvieron a criticar al trío diciendo que vaya padre más tonto por ir a pie y vaya hijo más caradura por sentarse sobre el burro, permitiendo que su anciano padre fuese andando. Así que tampoco dio resultado esta segunda opción. Al tercer día para ver si la gente callaba definitivamente, padre e hijo fueron los dos a la vez sobre el burro. Pero entonces la gente les gritaba como podían ser capaces de explotar al animal yendo los dos sentados a la vez sobre él. Y ya no sabiendo que hacer tomaron la última determinación. Así que al cuarto día padre e hijo fueron a pie y el burro a su lado sin cargar con nadie. Entonces la gente comenzó a reírse y a grandes carcajadas exclamaba que vaya par de tontos, tanto el padre como el hijo, porque era incomprensible y hasta absurdo que los dos fuesen a pie teniendo el burro libre. Así que después de la experiencia, el padre y el hijo hicieron el trayecto con el burro como les apetecía, sabiendo de antemano que hiciesen lo que hiciesen nunca sería bien visto por nadie.

      Esta es la historia que aquella abuela le explicó a su nieto para conseguir que no diese tanta importancia a todo lo que dijesen los demás; y parece que lo logró. Así que si ustedes quieren o necesitan aplicarla alguna vez aquí la tienen. Como también tienen este número de teléfono, para que si lo desean nos llamen ahora mismo.




      Sara seguía buscando entre sus lágrimas alguna explicación, pero cada cosa que se le ocurría era más incoherente que la anterior. Y sin embargo sabía que no había nada que explicar, porque la situación era inexcusable. De pronto en la puerta de la habitación sonaron unos golpes suaves.
-      Hola, ‑ dijo Abel cuando asomó la cabeza‑ ¿puedo pasar?‑ Ella cerró los ojos y siguió llorando mucho tiempo, ocultando la cara entre sus manos.‑ He estado viendo a nuestro hijo, es precioso. Sólo necesito saber una cosa, ¿porque me hiciste creer durante nueve meses que nadie sabría que no era hijo mío? Creo que salta a la vista.
-      Porque según mis cálculos no podía ser de Randy y cuando nació ya no supe como decírtelo. Supongo que me equivoqué. Quizás fueron demasiados errores para pedir perdón. Supongo que no lo merezco.





 Autora: Nuria L. Yágüez




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sábado, 25 de diciembre de 2010

CUENTO DE NAVIDAD

Quiero aclarar una cosa antes de contar mi historia, y es que nunca me he sentido alguien especial. Soy un tipo corriente, con un trabajo corriente que un día tuvo un momento de inspiración y en ese instante se sintió grande e importante. Pero todo me vino rodado. Un niño necesitaba ayuda y yo estaba en el sitio correcto en el momento oportuno. Pero sobre todo vestido de la forma adecuada. Sin embargo todavía estoy pensando quien ayudó más a quien, si yo al niño o el niño a mi.

Siempre había trabajado en la UVI de un hospital grande, en una ciudad grande. Allí terminé mis estudios, realicé mis practicas y empecé a trabajar. Pero no era mi sitio. Yo había nacido en un pueblo pequeño del cual salí para estudiar. Allí había dejado mi hogar, mi familia, los paisajes que imprimieron mi carácter solitario, mis amigos y mi novia. Todo aquello que añoraba, mientras estuve lejos de allí. El caso es que cuando saque mi plaza en las oposiciones del Insalud, la presión que esta soledad ejercía sobre mi, me llevó a solicitar un puesto en el pequeño centro de salud de mi pueblo. Así podría estar más cerca de todo aquello que tanto extrañé.

Al principio todo fue maravilloso, volver a ver a mis padres y besar a mi novia significó una felicidad sin límites. Pero con el tiempo todo volvió a la normalidad y entendí que algo había cambiado en mi. En aquella tremenda ciudad pasabas desapercibido, nadie te conocía pero el llegar al hospital y ayudar a que toda aquella gente volviera a sonreír, hacía que me sintiera bien conmigo mismo. Sin embargo en el pueblo todo era al revés. Por la calle todo el mundo te saludaba, todos te conocían, pero la gente llegaba enferma al centro de salud y se iba enferma. Después se curarían en casa pero yo no podía verlo. Así un día tras otro. Lo único que me sacaba de la rutina eran los avisos domiciliarios, y las visitas a ancianos que no podían acercarse al centro. Sin embargo seguía viendo gente enferma, no tan grave como la del hospital pero enferma al fin y al cabo.

A mis padres y a mi novia no les podía decir que me estaba cansando de estar allí. Pero ellos notaban que algo pasaba. Yo siempre achacaba mi desánimo a enfermedades imaginarias, al continuo cansancio, a no dormir lo suficiente y seguía disimulando. Mis amigos que algo sabían trataban de animarme y aconsejarme, pero ahora lo que extrañaba era el continuo ajetreo del hospital. Ahora echaba de menos un caso grave y emocionante, donde realmente pudiera sacar lo mejor de mi. Aquello para lo que tanto me había preparado. Porque eso era lo que yo pensaba de mi profesión hasta mi llegada al pueblo. Pensaba que era emocionante.

Los cinco primeros meses pasaron rápidamente y tras ellos llegó la navidad. Era la noche de nochebuena y yo había quedado con mi novia en disfrazarme de Papa Noel para dar una sorpresa a sus sobrinos. Terminamos con las consultas y sólo quedábamos en el centro de salud, el médico de guardia y yo. El preparaba la mesa pues en una hora llegaría su mujer para cenar con él. Eran las primeras navidades que pasaban juntos y yo me hice el remolón con el disfraz para insistir en mi ofrecimiento.
- Venga Carlos vete a casa. Vosotros tenéis un motivo para montar una fiesta y yo necesito una excusa para escaparme de la mía.
- No seas tonto,- se negó él - verás como al final te lo pasas bien. Sólo tienes que proponértelo. Pero con convencimiento.

En esas estábamos cuando ante la puerta apareció una figura femenina aporreó la puerta y suplicó con la mirada que abriéramos. No iba lo suficientemente abrigada para el frío que hacía pero parecía acalorada. Tenía ojos de haber llorado, pero sobretodo lo que me llamó la atención fue su cara de preocupación. Su rostro reflejaba una gran tensión.
- ¿Qué pasa?- Preguntó Carlos antes de abrir. Pude ver sorpresa en su rostro. Pero no entendía porque no abría. Vale que era una noche en la que cualquiera que esté de guardia desea que no vaya nadie pero el rostro ensangrentado de la señora decía necesitar ayuda.
- Abre Carlos. - Le dije sin obtener la menos respuesta.
- Por favor ayudarme.- Quité las manos de Carlos que permanecían aferradas aún a las llaves, abrí y pregunté.
- ¿Qué necesita señora? ¿Qué ha ocurrido?- Dije apartándole el pelo de la frente sin ver de donde salía toda aquella sangre.
- No soy yo, es mi hijo. Su hermano le ha tirado por las escaleras y tiene una brecha enorme en la cabeza, creo que un brazo roto y Dios sabe cuantas cosas más.

Salí corriendo hacia el coche y al llegar un niño blanco y otro negro me miraban atónitos y con la cara ensangrentada desde el asiento trasero. Era como un anuncio de beneton llevado a la realidad. Su sorpresa era mayúscula y no entendía porque. La mujer había hablado de hermanos y esos niños mostraban grandes diferencias a simple vista. Yo debía ser el más sorprendido. Pero no me paré a pensar cogí al niño negro que era el que mostraba claros síntomas de ser el más dañado. Carlos seguía mirándome desde el quicio de la puerta.
- ¡Carlos ayúdame! - En ese momento reaccionó y me quitó al niño de los brazos, que seguía mirándome con los ojos como patos y la barbilla pegada al pecho. Tenía lágrimas derramadas por las mejillas pero en ese momento no lloraba, sencillamente me miraba sonriendo.
- ¿Qué tienes bonito?- Le pregunté al que quedaba dentro del coche.- ¿Puedes andar?.- Pero el niño no contestó. Me miraba con ojos de desconfianza.- ¿Qué pasa? No voy a hacerte daño solo voy a curarte, esa herida. ¿Puedes andar?.- Dije mientras alargaba los brazos hacia él y me vi las mangas rojas del disfraz. Entonces comprendí su cara de asombro. ¿Qué hacía aquel viejo bonachón en un centro de salud?- No tengas miedo, soy Papa Noel.- Dije sonriendo preguntándome que podría estar pensando. Pero era su expresión la que más me preocupaba pues no era de sorpresa, ni de emoción. Me miraba como si yo fuera el culpable de lo que acababa de pasarles. La crispación se reflejaba en su expresión. La madre había pasado con Carlos y allí me encontraba yo intentando convencer a un niño de que no tuviera miedo de mi. - ¿Pero que pasa ningún niño teme a Papa Noel?
- ¡Eres idiota!- Gritó el niño.
- Pero bueno, ¿a qué viene eso?
- Idiota, idiota, idiota, no entiendes nada.- En eso tenía razón no entendía que hacíamos allí con esa conversación mientras el seguía sangrando por la cabeza. No entendía porque aquel niño no hacía más que insultar a Papa Noel, cuando todos los niños le quieren. ¿Sería que no llevaba la barba y había descubierto que no era más que un impostor? ¿Sería que acababa de saber que la ropa que llevaba no era más que un disfraz de Papa Noel? - Gordo cabezón. No entiendes nada.

Mientras hablaba con él había examinado la herida y me aseguré de que no era de importancia. Me daría unos minutos más para convencerle de que viniera conmigo y si no lo conseguía me lo llevaría a la fuerza.
- ¿Podrías explicarme que es lo que no entiendo? Quizás de esa forma podría comprenderlo.- Nunca se me han dado bien los niños, por lo que exigía un esfuerzo para mi intentar acercarme a él. Lo que si sabía era que el dialogo era la clave.
- El año pasado mis padres me ilusionaron para pedirte un hermano y tu me trajiste un negro. Ese no es mi hermano.
- ¿A no? ¿Y como lo sabes?
- Es diferente a mi, todos los hermanos son del mismo color.- me dijo lleno de razones. Fue entonces cuando me dio pie para llevarle a mi terreno.
- Si entras conmigo y me dejas curarte la herida de la cabeza, te mostrare como no sois tan diferentes como crees.
- Mi madre dice lo mismo, pero yo se que no es así. Tu eres tonto.- Su enfado iba en aumento. Ahora podía reprocharme eso que había tenido dentro durante tanto tiempo. Y se lo estaba tomando muy a pecho. ¿Debería decirle que yo no era el verdadero Papa Noel y deshacerme de la culpabilidad que cargaba sobre mis espaldas?- Y esa sucio negro no tiene nada que ver conmigo.
- Ven conmigo y te mostrare que eres tu quien está equivocado.

Entramos en la consulta y limpie su herida con esmero, le puse unos puntos de aproximación y le pedí que me fuera explicando que había pasado.
- ¿Como te llamas?
- Javi.
- Cuéntame que ha pasado. ¿Cómo te hiciste esta herida?
- Yo no quiero un hermano negro. Es muy raro y mi madre últimamente sólo le quiere a él. Se pasa el día haciéndole mimos y dice que es porque yo no le quiero. ¿Pero como puede besarle? ¿No ve que es negro? Así que esta tarde le pegué, empezamos a pelear como siempre pero se calló por las escaleras. Fue muy gracioso.- Dijo sonriendo satisfecho de haberle dado lo que el creía su merecido.
- Mira para empezar los niños no deben ser crueles y pegarse y menos con sus hermanos pero, ¿te has fiado de que color era su sangre?
- Roja.
- Y la tuya también es roja ¿o no? Mira esta gasa. ¿Ves como no sois tan diferentes?- Los gritos de dolor del otro niño ya habían cesado, comprendí que le estarían limpiando la herida y por lo que me había parecido a simple vista iba a necesitar algún punto de sutura.
- Si, pero es negro.- Comprendí que no sería tan fácil como había pensado. Así que me armé de paciencia. Fui a buscar a la madre para que se quedara con Javi mientras ayudaba a Carlos. Después de asegurarme que Carlos no necesitaba más mi ayuda volví con Javi y empecé a explicarle. Me asaba de calor con aquel disfraz pero ahora ya no podía quitarme la falsa barriga, ni el molesto maquillaje.- Verás Javi, ahora recuerdo tu carta. -Tragaba pelo sin parar de la barba por lo que no dejaba de meterme los dedos en la boca para meter más pelos de los que sacaba.- Tu me pediste un hermano, ese fue el regalo que más me costó conseguir. Tuve que buscar por muchos países, porque ningún niño quería ser el hermano de un niño pegón.- Javi me examinaba con su gran mirada negra por lo que me esforcé por olvidar los pelos de la boca.- Así que después de mucho viajar un día me encontré con Rahim. Estaba solo y yo le hablé de ti. “Pero él me pegará” me dijo asustado. “No creas”, le dije yo, “tiene tantas ganas de tener un hermano que te seguro que te querrá mucho.”
- Pero yo no quería un hermano negro.- Me interrumpió.- El no es como yo.
- Eso es lo que tu piensas. ¿Qué me dirías si te dijese que todos llevamos un niño de otro color dentro de nosotros mismos?- Le dije preguntándome más a mi mismo hacia donde quería ir.
- Que es mentira.- Entonces algo iluminó mi imaginación. Situé a Javi bajo la luz de la lámpara y le dije señalando su sombra.
- Mira, ¿ves ahí?, ese es el niño negro que tu llevas dentro.- Y señalando la mía le dije- ¿Ves? Y ese es el mío.
- Eso es mentira, esa es solo tu sombra- movió la mano unos centímetros y dijo- y esa la mía.
- Eso es lo que a ti te han dicho porque hay niños que se asustan de saber que hay otro niño viviendo dentro de ellos. Pero todos los mayores sabemos que no es así. Cuando crezcas un poco te contarán la verdad. Todos lo seres humanos somos iguales y para que aprendiéramos a convivir entre nosotros, Dios nos hizo diferentes pero iguales. Cada niño blanco lleva uno negro en su interior para que aprenda a amarlos como a los que son iguales que él.- Si la cara de Javi reflejaba sorpresa cuando me vio la que tenía ahora era de autentica perplejidad.
- ¿De verdad?
- Claro, todo el mundo lo sabe.

No dejaba de mirar su propia sombra, sintiéndola más suya que nunca. Yo por mi parte no podía dejar de mirar su cara de asombro sonriendo de la ingenuidad y la credulidad infantil. Siempre me habían gustado los niños pero nunca había tenido que enfrentarme directamente a la crueldad de esos pequeños. No sabía si estaría haciendo bien engañándole. Tal vez cuando supiera la verdad sería peor, pero tal vez cuando fuera consciente de su engaño ya habría aprendido a amar a su hermano. La historia de la adopción que había dejado entrever su madre era muy dura y Rahim necesitaba no sólo el apoyo maternal sino también el de Javi.
- Pero eso no es verdad,- ¿Tan poco había tardado en comprender la verdad? Pensé sintiéndome descubierto. - ¿Entonces porque su sombra también es oscura? ¿Dónde está su niño blanco?- “¡Vaya!, buena pregunta” pensé “¿Donde estará su niño blanco?”

Tardé cinco minutos en reaccionar. Me había pillado. No sabía que contestarle y en mi cabeza ya no encontraba la iluminación en la que me había apoyado hasta ese momento. ¿Donde podía encontrar el niño blanco de Rahim? Pero entonces cuando iba a darme por vencido llegó esa inspiración.
- ¿Nunca te han hablado de la máquina?
- ¿Qué máquina?. - Dijo él mostrando de nuevo su asombro infantil.
- Espera un momento.

Salí de la sala de curas y fui al archivo. Revolví los historiales buscando lo que necesitaba y tras hacerme con ello volví a la sala. Javi no se había movido de la silla donde le dejé. Puse el sobre marrón sobre la mesa y saque una radiografía de un niño. Por supuesto ese niño no era Rahim pero él no lo sabía. Puse la radiografía en la pantalla donde como por arte de magia apareció un niño blanco sobre fondo negro.
- ¿Ves esto? - Javi me miraba maravillado.- Tenemos una máquina que saca fotos del interior de las personas. Hay veces que tenemos que asegurarnos de que los niños negros también llevan su niño blanco. De modo que los fotografiamos para asegurarnos que está ahí dentro. No porque nosotros tengamos dudas, porque sabemos realmente que todos lo llevamos pero ellos tienen que asegurarse que así es. Este por ejemplo es Rahim.
- Guao.
- Como comprenderás a un niño blanco le es fácil comprender la verdad, porque puede ver a su niño negro. Pero a uno negro le es más difícil comprenderlo, pero esta es la prueba.
- Guao. - Volvió a repetir.- ¿Se lo habéis contado? ¿Se ha visto ya Rahim?
- No, él no lo sabe, no debes decírselo a nadie. Pero a nadie, nadie. Todavía no tienes edad de saberlo, pero me he visto obligado a contártelo para que no me creyeras un viejo tonto. Será nuestro secreto. ¿Vale?
- Vale. No lo contaré.- Dijo Javi mirando todavía la imagen del niño blanco de Rahim.

Salimos juntos de la sala de curas y al ver a su hermano Javi le abrazó.
- ¿Te duele mucho?
- No, ya no. ¿Qué te ha dicho Papa Noel?
- Nada. Le he pedido algo y ya me lo ha dado. No tendré que esperar a esta noche.
- ¿Y qué le has pedido?
- Lo mismo que el año pasado. Era algo que ya tenía pero yo no lo sabía.

Javi no lo sabía pero él me había ayudado a darme cuenta de que no siempre el trabajo sanitario está en curar enfermedades físicas. Muchas veces la gente necesita una cura espiritual, y aunque ese trabajo no sea estrictamente sanitario, es algo mucho gratificante que aquel que nos pagan con dinero. Desde entonces siempre he llevado aquel disfraz en el alma y he disfrutado regalando algo que vale más que todos los regalos. Aquello que también Javi me regaló a mi aquel día, ilusión.cosas en las que deberíamos pensar de vez en cuando.






 Autora: Nuria L. Yágüez





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miércoles, 22 de diciembre de 2010

AUSENTE

Hoy me encuentro sola encerrada en mi cuerpo, prisionera de mi misma, habitante y habitáculo de mi propio yo. Sola, esa es la palabra que mejor define mi estado actual, SOLA.

Hubo un día en que yo me reía de todo, por reírme me reía hasta de mi propia sombra. Tenía un novio, un grupo de amigos y empezaba a forjarme un futuro prometedor. Salía los fines de semana a los locales de moda y disfrutaba como el que más. Mi felicidad era estable y robusta. Pocas cosas la hacían peligrar.

Mi incipiente inclusión en el mundo laboral, prometía grandes logros. Ahora pienso si tenía un hada madrina que velaba mis sueños y guiaba mis actos. Porque a mi alrededor se hablaba de un futuro incierto para la juventud, pero ese no era mi caso. Del sufrimiento del que muchos jóvenes son presa a consecuencia de las drogas, pero a mi mundo no llegaron. De lo difícil que se suponía una independencia a temprana edad, yo sin embargo la había adquirido hacía mucho tiempo. Había conseguido equilibrar la balanza; ni tenía todo a mi favor ni todo en contra. Vivía con lo que tenía, luchando por lo que deseaba.

Hoy lloro al recordar todo lo que tuve, y las lágrimas no salen de mis ojos pero ahogan mi corazón. Hay pocas cosas que pueda hacer por mi misma, pensar, respirar y poco más. Algunos signos exteriores llegan a mi, pero no hay nada que yo pueda hacer por unirme a los demás seres vivos. No hay nada con lo que yo pueda expresar lo que hay en mi interior, de modo que ellos piensan que ya no hay nada, y no es así. Aunque no se exactamente donde, se que sigo aquí. Se que dentro de mi cuerpo aún queda algo que late y vive, y con eso tengo lo necesario para seguir luchando.

Presiento el día y la noche por los sonidos que llegan a mi. Pero mi mundo ha quedado reducido a la oscuridad de mi interior, a mis pensamientos y a imaginar lo que pasa más allá de mi propio ser. Debo estar unida a una máquina de esas que marcan el latido del corazón pues un eterno, aunque más que eterno espero que sea duradero, pitido acompaña mi constante letargo. Sé cuando llega el día, porque tras la puerta que me aísla del resto de pacientes todo se agita. Además hay una chica joven cuya voz ya reconozco que entra y delicadamente empieza a lavar mi cuerpo. Cambia las sábanas de mi cama y con voz suave, para que nadie la oiga me explica cada cosa que me hace. Agradezco su delicadeza pero odio ese momento, no sólo tengo desnudo mi cuerpo si no mi intimidad, mi dignidad y hasta mi pudor. Aunque aquí nadie parece darse cuenta.

A media mañana mi madre entra en la habitación, me cambia las almohadas de posición, sin saber si quiero cambiar de postura. Y me echa una colonia fresca que odio pero no puedo decírselo. Ella no suele hablarme directamente, pero a petición de la enfermera lee su libro en voz alta. No puedo seguir el tema de la novela pero me gusta la voz profunda, cálida y pausada de mi madre cuando lee. Me tranquiliza y me relaja. Es como mi estabilidad emocional, puedo estar arriba o abajo, que cuando la oigo a ella todo queda en su estado natural. Nunca la había percibido así hasta ahora. La gente normal no suele  percibir estas sutilezas, pero hay tantas cosas y tantos sentimientos que delatan una voz,..., Cuando se tienen los cinco sentidos y vives totalmente unido al mundo externo, pasas demasiadas cosas por alto. Cosas tan importantes como una caricia, un olor, unas palabras dulces y sobre todo una sonrisa. Dios mío cuanto hace que no escucho una risa sincera.

Son cosas que en mi estado cobran un significado especial, y que si se tomaran más en cuenta y fuéramos todos un poco más sinceros todo iría mejor. ¿O acaso sería demasiado duro ser realmente sincero? Porque si todos supiéramos lo que piensan de nosotros ¿no habría demasiada gente infeliz? Quizás me cuestiono demasiado las cosas pero ahora tengo pensamientos así muy a menudo. ¿La sociedad es tan insensible por naturaleza o por comodidad? ¿Le importa a la gente lo que piensen de ella o actúan con maldad inconscientemente? Son cosas en las que deberíamos pensar de vez en cuando.


Siempre a la misma hora un agradable olor a comida, que nunca he probado, lo invade todo y cuando este desaparece, entra una enfermera que provoca en mi sentimientos muy contrarios. Es muy cariñosa y alegre. Todos los días me dice que se llama María y que va a estar conmigo toda la tarde, me pregunta como estoy y como si yo la hubiese contestado sigue la conversación, <<Me alegro de que sigas mejorando>>. Quizás sea la única persona que sepa que sigo aquí. Pero cuando mi madre habla con ella, lejos de mi, por supuesto, suele llorar y eso me hace pensar que mi estado no mejora. Me duele pensar lo que tiene que estar sufriendo. Me gustaría tanto que por lo menos supiese que puedo oírla...

¡Cuando te encuentras en este estado te conformas con tan poco! Quizás sea egoísmo pero cuando tienes todo no lo valoras, y siempre te parece que es poco. Sólo después de haberlo perdido te das cuenta de que deberías haber sido más feliz con lo que tenías. Pero probablemente sea ley de vida, el subir o bajar las metas en relación a lo que tengas. Si no ¿qué sentido tendría vivir el día a día pensando que no hay nada por lo que luchar? ¿Es acaso cuestión del ser humano llegar a un fin? ¿No podemos vivir sin más? Necesitaremos vivir siempre intentando llegar a esa felicidad que cuando crees al alcance de las manos sube más alto y vuelves a perder. Son cosas en las que deberíamos pensar de vez en cuando.

Por la tarde vuelve mi madre y con ella la fuerza que necesito para saber que todo sigue igual. Que el mundo sigue girando y que quizás un día yo también pueda girar con él y no sobre él. A veces me quedo dormida antes de que llegue mi madre y cuando despierto y la oigo me da rabia haber desperdiciado un momento de estar con ella. No se si será por el apoyo que me ofrece, pero ahora, me gusta sentirla a mi lado mucho más que antes. Cuando se va a ir siempre me pone unos cascos con música suave. Ese momento también es encantador porque me gusta la música. Quizás lo haga para que no sepa cuando se va pero me da rabia no darme cuenta. Quizás simplemente se lo ha recomendado la enfermera porque a veces noto que ella no pone mucha convicción cuando se dirige a mi. Creo que no me habla porque piense que puedo oírla, si no porque necesita hablar conmigo.

No se exactamente desde cuando ni porqué estoy así, pero la cáustica conversación de los que se acercan a mi, me hacen tener pocas expectativas de que un día pueda volver a ser la misma de antes. Lo último que recuerdo es que iba en moto con mi novio por una oscura carretera y después una inmensa luz y un túnel. Sentía una paz interior superlativa y una fuerza extraña que me llevaba hacia el interior, y mientras andaba podía ver como flases que contaban la historia de mi vida. Una fina lluvia plateada y brillante me mojaba la cara. Antes de llegar a la luz del final del tunel algo que yo reconocí como si fuera un angel me dijo que no debía llegar al final, que aún me quedaban cosas por terminar en la vida. Después bruscamente, algo como una gran descarga me sacó de allí.

No recuerdo nada más, pues los primeros días mi cerebro no coordinaba como ahora. Cuando mi cabeza está más despierta pienso que debimos tener un accidente, pero como todo en mi vida desde entonces, no son mas que conjeturas. Pienso mucho en mi novio, me preocupa que no haya venido nunca a verme. ¿Habrá muerto?

Alguna vez pienso en la muerte y no me da miedo. Lo que me da miedo es no poder salir nunca de este estado de soledad y desamparo. Lo que me da miedo es no estar ni con los vivos, ni con los muertos. Lo que temo es no saber donde estoy. ¿Por qué nos espantará lo desconocido? ¿Por qué nos asustará tanto la muerte si no sabemos si lo que hay al otro lado es mejor? No será tan malo cuando nadie vuelve... Estas son cosas en las que deberíamos pensar de vez en cuando.

Son tantas la ideas que rondan mi cabeza... Por ejemplo desde hace unos días mi padre no viene a verme cuando está mi madre. Viene más tarde que nadie y esto le hace tener que discutir con las enfermeras, pero muchas veces nos dejan estar solos cinco minutos, en los que se dedica a acariciarme el pelo tristemente, no habla ni hace ruido alguno pero se que es él por su perfume, es inconfundible. Aunque cada vez se distancian más sus visitas. Me pregunto si tendrá algo que ver con el nuevo matiz que ha tomado la voz de mama. Ahora suena más pausada y suave, y se emociona más a menudo. Yo creo que ellos también se sienten solos.

Ayer noté algo nuevo y maravilloso, sentí frío. Cuando la enfermera de la tarde vino a verme, abrió la ventana porque hacía mucho calor y pude oler la primavera. Mi carne se puso de gallina por aquella sensación. Nadie pudo verlo pero fue algo mágico. Después la obligaron a cerrarla pero nadie pudo calmar ese sentimiento que se despertó en mí. Me sentí más cerca de ellos, supe que afuera todo sigue su curso, las flores crecen y cuando salga de aquí yo las veré, correré entre ellas, y sentiré con más intensidad que nunca que estoy en el mundo de los vivos, porque presiento que volveré. O al menos así lo espero.

Dios mío si realmente existes o si allá arriba hay alguien, aunque no seas Tu, haz algo por mi. Haz que pronto pueda decirle a mi madre que la quiero. Ahora tengo tantas ganas de vivir. A pesar de todo lo malo que hemos creado en el mundo, la vida puede ser tan bonita. Hay tantas cosas que hacer todavía. Déjame que al menos lo intente. ¿Por qué nos empeñamos en vivir deprisa si tenemos toda una vida por delante para mejorar lo que nos rodea? Si cada persona del mundo dedicara un día al año a colmar las necesidades de otra persona ¿No seríamos más felices? Seríamos mucho más afortunados, tanto el que recibe como el que da. Si dar engrandece el corazón ¿por qué nos empeñamos en seguir siendo enanos egoístas y avariciosos? Estas son cosas en las que deberíamos pensar de vez en cuando.

Hoy mi mente está más lúcida, y por eso puedo pensar y recordar todo esto, pero no siempre es así. Al principio me costaba mucho hasta mantenerme despierta dentro de mi ausencia. Debieron apagar mi ansiedad con sedantes. Estaba como envuelta en una maraña de pensamientos extraños donde se repetía una y otra vez el momento del accidente. Y volvía a sentir el mismo miedo, y la misma angustia. Pero ahora todo es más sereno, hoy soy más consciente de lo que pasa ahí fuera, al otro lado de mi cuerpo. Hoy parece que estuviera recuperando todos los sentidos.

Esta mañana vino el médico y no se porqué pero me pellizcó el brazo y pude sentirlo con claridad. La enfermera me dijo que lo hacía muy bien pero yo no hice nada, sólo lo aparté. Todos parecieron relajarse y hasta sonrieron a mi lado cuando alguien hizo un chiste malo. Estoy contenta porque por fin lo he conseguido, ¡He escuchado una tímida sonrisa! ¡Los enfermeros también sonríen!. ¿No son maravillosos?

Mi madre ha estado aquí conmigo como cada tarde y lloró de alegría mientras se lo contaban. Yo también lloré con ella, a mi modo claro está, porque oí decir a la enfermera que era una buena señal. Además hubo algo más, se que me ha traído lilas he podido oler su perfume, se que estaban a mi izquierda y me ha emocionado porque son mis flores favoritas y ella lo sabe. Pero después se las regaló a la enfermera del turno de tarde. No lo entiendo ¿si son mías por qué se las llevan? de todas formas si es que se las tenían que llevar alguien me alegro de que se las haya regalado a ella, es la más amable. Se las merece, eso y mucho más.

Mi madre ha estado muy risueña. Hoy si me habló directamente a mí y no conmigo. Me estuvo dando ánimos para que volviera a la vida. Pero si no me he muerto, pensé yo. Algo me dejó en este mundo entre lo conocido y lo desconocido, del que yo no puedo salir. No depende de mi pero lucharé, yo lucharé por ella. Acaba de irse y ya empiezo a echarla de menos.

No se que me pasa, empiezo a sentirme mal de nuevo. Mis fuerzas me fallan y mi cabeza no rige como debería. Siento como si mi cuerpo fluyera de dentro y algo se me escapara del interior. Me duele el brazo como si me estuvieran pinchando constantemente y veo una luz. Parece la luz que me trajo a este estado de ausencias y esto hace temblar mi cuerpo. Pero no está el túnel, ¿Dónde está la paz interior? Siento miedo y ganas de gritar. No entiendo que pasa. No se hacia donde voy. Me siento débil y aturdida, esa es la palabra, así es como estoy, muy aturdida.

Cuando mi cabeza sale de esa espiral vertiginosa, veo un techo blanco y una chica pelirroja que me está hablando. No se quien es, ni donde estoy, y me encuentro muy débil. Trato de moverme pero no puedo. Alguien dice que avisen a mi madre, que he salido del estado de coma y me emociono sin saber porque, al pensar que vendrá a mi lado. Me pongo a llorar como una tonta, estoy muy nerviosa, pero ella me acaricia la mano y trata de tranquilizarme. Que amable es conmigo, trato de pensar en ella pero no, no la conozco. ¿Por qué será tan cariñosa conmigo si no la conozco? ¿Por qué está tan contenta de verme si no me conoce? ¿Por qué parece que nos conociéramos si nunca antes la había visto? ¿Por qué brillan sus ojos de esa forma?

¿Quién eres? ¿Dónde estoy? ¿Qué me ha pasado?‑ Intento preguntar pero mi voz no sale de mi mente, aunque ella parece no notarlo y me contesta que no me preocupe, que no trate de hablar. Que he tenido un accidente y estoy en un hospital. Me habla con cariño pero hay algo en su mirada que me asusta, muchísima compasión.

Debe ver el miedo en mis ojos. No recuerdo haber tenido ningún accidente, ni haber ido a ningún hospital, ni siquiera se de donde sale ese dichoso pitido. Pero la voz de esta chica me parece encantadora y trato de pensar. Me resulta muy difícil, ¿donde la he oído antes? Supongo que he estado mucho tiempo dormida. Sin saber porque un nombre viene a mi mente, María.

De pronto mi madre entra en la habitación, me mira desde el quicio de la puerta y consigue articular dos palabras que ya suponía, "Te quiero". Llora abrazada a mi, y no sé porqué, pero me alegro de verla. Necesito que alguien me cuente que ha pasado, pues creo haberme perdido algún capítulo de mi vida.

Cuando mi madre consigue tranquilizarse, me pregunta la enfermera que si estoy bien. Y con mucho esfuerzo consigo mover la cabeza en sentido afirmativo. "Me alegro preciosa", me contesta con una gran sonrisa. Pero no sabe que yo me alegro más todavía. A pesar de no poder hablar me siento muy unida a ellas, y a todo lo que me rodea. Me siento muy eufórica pero interiormente trato de tranquilizarme, quiero levantarme y correr, y participar en todo lo que me rodea, quiero volver a vivir. Quiero hablar y contar como me estoy sintiendo.

Me pide que descanse pero no puedo. Mi mente está muy alterada y tengo algo en la garganta que no me deja respirar lo que me pone más nerviosa. Me explica que es una sonda nasogástrica, y que el brazo me duele porque tengo inyectado el suero, pienso que va a tener muchas cosas que explicarme. Intento recordar algo de lo que me ha estado pasando y no puedo. Tengo la sensación de haber estado hablando conmigo misma durante años y ya no tengo nada que decirme, pero de todo ello ya sólo me queda un vago recuerdo, una impresión. En mi mente aparece un vacío que me evita poder comprender algunas cosas. Estoy muy aturdida y no logro mantener mis pensamientos hasta terminar de darles formas. Pero me emociono. Las lágrimas corren mansamente por mis mejillas y no me siento con fuerzas para contenerlas, pero tampoco para llorarlas.

En silencio, sin recordar nada de lo que me pasó cuando estuve en coma, aislada por una infección, me encuentro más acompañada que nunca. He dejado atrás la soledad que me vino a visitar un día. Y a pesar del miedo que me atenaza algo me hace sentirme feliz. La alegría debe ser más contagiosa que aquella infección, pues a mi madre la brillan los ojos de una forma especial. Será tonta. Esta guapísima, la guiño un ojo mientras me aprieta la mano emocionada, y me sonríe. Me emociono y rompo a llorar de nuevo sin saber porque. Nunca había imaginado lo que una sonrisa puede expresar pero es maravilloso, tenía que ser obligatorio sonreír al menos veinticuatro horas al día. ¿No sería bonito?. Siento que estas son cosas en las que deberíamos pensar de vez en cuando.


 Autora: Nuria L. Yágüez




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martes, 21 de diciembre de 2010

AL LADRON

Leer la carta que dejó el ladrón

A ese ladrón que lee
yo le voy a escribir,
algo que puede oír en boca de otra
pero que yo escribí para ti.
 
Hubo en el mundo un bastón de un anciano
que no dejo nunca de caminar.
Siempre aferrado bajo su mano
guía, apoyo y testigo hasta el final.
 
“Gracias amigo”, le dijo el viejo
cuando noto que tocaba descansar.


Gracias a ti, contesto muy dispuesto

sin ti no hubiera podido caminar,
tú, dos piernas tienes y te fallan,
yo, solo una y no más.
Si no hubiese ido, de tu mano asido
ni siquiera hubiera podido empezar.”

 
Si quieres agradecer mi cariño,
si quieres elogiar mi bondad,
mira un espejo y descubre
quien me enseño a amar.
Ahora deja que te diga que te quiero mucho papá,
Gracias por ser como eres.
Gracias por estar.



Autora por: Nuria L. Yágüez

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lunes, 13 de diciembre de 2010

¿PORQUE ESCONDERLO?

Cogerte de la mano
y entendernos sin hablar,
y sin mirar tras los cristales
poderte abrazar,
caminando una junto a otra.
Y vivir. Y danzar.

Decidiendo crear nuestro camino
pues el camino es avanzar.

¿Es que no pueden verlo?
Que es amor, sin más.
Que no hay quien lo enjuicie
ni palabras que lo puedan manchar
con sentimientos de quien ha decidido
conformarse, sin felicidad.

Nosotras  solo queremos amarnos
pese a lo que opinen los demás.



Autora: Nuria L. Yágüez

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