sábado, 25 de diciembre de 2010

CUENTO DE NAVIDAD

Quiero aclarar una cosa antes de contar mi historia, y es que nunca me he sentido alguien especial. Soy un tipo corriente, con un trabajo corriente que un día tuvo un momento de inspiración y en ese instante se sintió grande e importante. Pero todo me vino rodado. Un niño necesitaba ayuda y yo estaba en el sitio correcto en el momento oportuno. Pero sobre todo vestido de la forma adecuada. Sin embargo todavía estoy pensando quien ayudó más a quien, si yo al niño o el niño a mi.

Siempre había trabajado en la UVI de un hospital grande, en una ciudad grande. Allí terminé mis estudios, realicé mis practicas y empecé a trabajar. Pero no era mi sitio. Yo había nacido en un pueblo pequeño del cual salí para estudiar. Allí había dejado mi hogar, mi familia, los paisajes que imprimieron mi carácter solitario, mis amigos y mi novia. Todo aquello que añoraba, mientras estuve lejos de allí. El caso es que cuando saque mi plaza en las oposiciones del Insalud, la presión que esta soledad ejercía sobre mi, me llevó a solicitar un puesto en el pequeño centro de salud de mi pueblo. Así podría estar más cerca de todo aquello que tanto extrañé.

Al principio todo fue maravilloso, volver a ver a mis padres y besar a mi novia significó una felicidad sin límites. Pero con el tiempo todo volvió a la normalidad y entendí que algo había cambiado en mi. En aquella tremenda ciudad pasabas desapercibido, nadie te conocía pero el llegar al hospital y ayudar a que toda aquella gente volviera a sonreír, hacía que me sintiera bien conmigo mismo. Sin embargo en el pueblo todo era al revés. Por la calle todo el mundo te saludaba, todos te conocían, pero la gente llegaba enferma al centro de salud y se iba enferma. Después se curarían en casa pero yo no podía verlo. Así un día tras otro. Lo único que me sacaba de la rutina eran los avisos domiciliarios, y las visitas a ancianos que no podían acercarse al centro. Sin embargo seguía viendo gente enferma, no tan grave como la del hospital pero enferma al fin y al cabo.

A mis padres y a mi novia no les podía decir que me estaba cansando de estar allí. Pero ellos notaban que algo pasaba. Yo siempre achacaba mi desánimo a enfermedades imaginarias, al continuo cansancio, a no dormir lo suficiente y seguía disimulando. Mis amigos que algo sabían trataban de animarme y aconsejarme, pero ahora lo que extrañaba era el continuo ajetreo del hospital. Ahora echaba de menos un caso grave y emocionante, donde realmente pudiera sacar lo mejor de mi. Aquello para lo que tanto me había preparado. Porque eso era lo que yo pensaba de mi profesión hasta mi llegada al pueblo. Pensaba que era emocionante.

Los cinco primeros meses pasaron rápidamente y tras ellos llegó la navidad. Era la noche de nochebuena y yo había quedado con mi novia en disfrazarme de Papa Noel para dar una sorpresa a sus sobrinos. Terminamos con las consultas y sólo quedábamos en el centro de salud, el médico de guardia y yo. El preparaba la mesa pues en una hora llegaría su mujer para cenar con él. Eran las primeras navidades que pasaban juntos y yo me hice el remolón con el disfraz para insistir en mi ofrecimiento.
- Venga Carlos vete a casa. Vosotros tenéis un motivo para montar una fiesta y yo necesito una excusa para escaparme de la mía.
- No seas tonto,- se negó él - verás como al final te lo pasas bien. Sólo tienes que proponértelo. Pero con convencimiento.

En esas estábamos cuando ante la puerta apareció una figura femenina aporreó la puerta y suplicó con la mirada que abriéramos. No iba lo suficientemente abrigada para el frío que hacía pero parecía acalorada. Tenía ojos de haber llorado, pero sobretodo lo que me llamó la atención fue su cara de preocupación. Su rostro reflejaba una gran tensión.
- ¿Qué pasa?- Preguntó Carlos antes de abrir. Pude ver sorpresa en su rostro. Pero no entendía porque no abría. Vale que era una noche en la que cualquiera que esté de guardia desea que no vaya nadie pero el rostro ensangrentado de la señora decía necesitar ayuda.
- Abre Carlos. - Le dije sin obtener la menos respuesta.
- Por favor ayudarme.- Quité las manos de Carlos que permanecían aferradas aún a las llaves, abrí y pregunté.
- ¿Qué necesita señora? ¿Qué ha ocurrido?- Dije apartándole el pelo de la frente sin ver de donde salía toda aquella sangre.
- No soy yo, es mi hijo. Su hermano le ha tirado por las escaleras y tiene una brecha enorme en la cabeza, creo que un brazo roto y Dios sabe cuantas cosas más.

Salí corriendo hacia el coche y al llegar un niño blanco y otro negro me miraban atónitos y con la cara ensangrentada desde el asiento trasero. Era como un anuncio de beneton llevado a la realidad. Su sorpresa era mayúscula y no entendía porque. La mujer había hablado de hermanos y esos niños mostraban grandes diferencias a simple vista. Yo debía ser el más sorprendido. Pero no me paré a pensar cogí al niño negro que era el que mostraba claros síntomas de ser el más dañado. Carlos seguía mirándome desde el quicio de la puerta.
- ¡Carlos ayúdame! - En ese momento reaccionó y me quitó al niño de los brazos, que seguía mirándome con los ojos como patos y la barbilla pegada al pecho. Tenía lágrimas derramadas por las mejillas pero en ese momento no lloraba, sencillamente me miraba sonriendo.
- ¿Qué tienes bonito?- Le pregunté al que quedaba dentro del coche.- ¿Puedes andar?.- Pero el niño no contestó. Me miraba con ojos de desconfianza.- ¿Qué pasa? No voy a hacerte daño solo voy a curarte, esa herida. ¿Puedes andar?.- Dije mientras alargaba los brazos hacia él y me vi las mangas rojas del disfraz. Entonces comprendí su cara de asombro. ¿Qué hacía aquel viejo bonachón en un centro de salud?- No tengas miedo, soy Papa Noel.- Dije sonriendo preguntándome que podría estar pensando. Pero era su expresión la que más me preocupaba pues no era de sorpresa, ni de emoción. Me miraba como si yo fuera el culpable de lo que acababa de pasarles. La crispación se reflejaba en su expresión. La madre había pasado con Carlos y allí me encontraba yo intentando convencer a un niño de que no tuviera miedo de mi. - ¿Pero que pasa ningún niño teme a Papa Noel?
- ¡Eres idiota!- Gritó el niño.
- Pero bueno, ¿a qué viene eso?
- Idiota, idiota, idiota, no entiendes nada.- En eso tenía razón no entendía que hacíamos allí con esa conversación mientras el seguía sangrando por la cabeza. No entendía porque aquel niño no hacía más que insultar a Papa Noel, cuando todos los niños le quieren. ¿Sería que no llevaba la barba y había descubierto que no era más que un impostor? ¿Sería que acababa de saber que la ropa que llevaba no era más que un disfraz de Papa Noel? - Gordo cabezón. No entiendes nada.

Mientras hablaba con él había examinado la herida y me aseguré de que no era de importancia. Me daría unos minutos más para convencerle de que viniera conmigo y si no lo conseguía me lo llevaría a la fuerza.
- ¿Podrías explicarme que es lo que no entiendo?





 Autora: Nuria L. Yágüez





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miércoles, 22 de diciembre de 2010

AUSENTE

Hoy me encuentro sola encerrada en mi cuerpo, prisionera de mi misma, habitante y habitáculo de mi propio yo. Sola, esa es la palabra que mejor define mi estado actual, SOLA.

Hubo un día en que yo me reía de todo, por reírme me reía hasta de mi propia sombra. Tenía un novio, un grupo de amigos y empezaba a forjarme un futuro prometedor. Salía los fines de semana a los locales de moda y disfrutaba como el que más. Mi felicidad era estable y robusta. Pocas cosas la hacían peligrar.

Mi incipiente inclusión en el mundo laboral, prometía grandes logros. Ahora pienso si tenía un hada madrina que velaba mis sueños y guiaba mis actos. Porque a mi alrededor se hablaba de un futuro incierto para la juventud, pero ese no era mi caso. Del sufrimiento del que muchos jóvenes son presa a consecuencia de las drogas, pero a mi mundo no llegaron. De lo difícil que se suponía una independencia a temprana edad, yo sin embargo la había adquirido hacía mucho tiempo. Había conseguido equilibrar la balanza; ni tenía todo a mi favor ni todo en contra. Vivía con lo que tenía, luchando por lo que deseaba.

Hoy lloro al recordar todo lo que tuve, y las lágrimas no salen de mis ojos pero ahogan mi corazón. Hay pocas cosas que pueda hacer por mi misma, pensar, respirar y poco más. Algunos signos exteriores llegan a mi, pero no hay nada que yo pueda hacer por unirme a los demás seres vivos. No hay nada con lo que yo pueda expresar lo que hay en mi interior, de modo que ellos piensan que ya no hay nada, y no es así. Aunque no se exactamente donde, se que sigo aquí. Se que dentro de mi cuerpo aún queda algo que late y vive, y con eso tengo lo necesario para seguir luchando.

Presiento el día y la noche por los sonidos que llegan a mi. Pero mi mundo ha quedado reducido a la oscuridad de mi interior, a mis pensamientos y a imaginar lo que pasa más allá de mi propio ser. Debo estar unida a una máquina de esas que marcan el latido del corazón pues un eterno, aunque más que eterno espero que sea duradero, pitido acompaña mi constante letargo. Sé cuando llega el día, porque tras la puerta que me aísla del resto de pacientes todo se agita. Además hay una chica joven cuya voz ya reconozco que entra y delicadamente empieza a lavar mi cuerpo. Cambia las sábanas de mi cama y con voz suave, para que nadie la oiga me explica cada cosa que me hace. Agradezco su delicadeza pero odio ese momento, no sólo tengo desnudo mi cuerpo si no mi intimidad, mi dignidad y hasta mi pudor. Aunque aquí nadie parece darse cuenta.

A media mañana mi madre entra en la habitación, me cambia las almohadas de posición, sin saber si quiero cambiar de postura. Y me echa una colonia fresca que odio pero no puedo decírselo. Ella no suele hablarme directamente, pero a petición de la enfermera lee su libro en voz alta. No puedo seguir el tema de la novela pero me gusta la voz profunda, cálida y pausada de mi madre cuando lee. Me tranquiliza y me relaja. Es como mi estabilidad emocional, puedo estar arriba o abajo, que cuando la oigo a ella todo queda en su estado natural. Nunca la había percibido así hasta ahora. La gente normal no suele  percibir estas sutilezas, pero hay tantas cosas y tantos sentimientos que delatan una voz,..., Cuando se tienen los cinco sentidos y vives totalmente unido al mundo externo, pasas demasiadas cosas por alto. Cosas tan importantes como una caricia, un olor, unas palabras dulces y sobre todo una sonrisa. Dios mío cuanto hace que no escucho una risa sincera.

Son cosas que en mi estado cobran un significado especial, y que si se tomaran más en cuenta y fuéramos todos un poco más sinceros todo iría mejor. ¿O acaso sería demasiado duro ser realmente sincero? Porque si todos supiéramos lo que piensan de nosotros ¿no habría demasiada gente infeliz? Quizás me cuestiono demasiado las cosas pero ahora tengo pensamientos así muy a menudo. ¿La sociedad es tan insensible por naturaleza o por comodidad? ¿Le importa a la gente lo que piensen de ella o actúan con maldad inconscientemente? Son cosas en las que deberíamos pensar de vez en cuando.

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martes, 21 de diciembre de 2010

AL LADRON

Leer la carta que dejó el ladrón

A ese ladrón que lee
yo le voy a escribir,
algo que puede oír en boca de otra
pero que yo escribí para ti.
 
Hubo en el mundo un bastón de un anciano
que no dejo nunca de caminar.
Siempre aferrado bajo su mano
guía, apoyo y testigo hasta el final.
 
“Gracias amigo”, le dijo el viejo
cuando noto que tocaba descansar.


Gracias a ti, contesto muy dispuesto

sin ti no hubiera podido caminar,
tú, dos piernas tienes y te fallan,
yo, solo una y no más.
Si no hubiese ido, de tu mano asido
ni siquiera hubiera podido empezar.”

 
Si quieres agradecer mi cariño,
si quieres elogiar mi bondad,
mira un espejo y descubre
quien me enseño a amar.
Ahora deja que te diga que te quiero mucho papá,
Gracias por ser como eres.
Gracias por estar.



Autora por: Nuria L. Yágüez


lunes, 13 de diciembre de 2010

¿PORQUE ESCONDERLO?

Cogerte de la mano
y entendernos sin hablar,
y sin mirar tras los cristales
poderte abrazar,
caminando una junto a otra.
Y vivir. Y danzar.

Decidiendo crear nuestro camino
pues el camino es avanzar.

¿Es que no pueden verlo?
Que es amor, sin más.
Que no hay quien lo enjuicie
ni palabras que lo puedan manchar
con sentimientos de quien ha decidido
conformarse, sin felicidad.

Nosotras  solo queremos amarnos
pese a lo que opinen los demás.



Autora: Nuria L. Yágüez

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domingo, 12 de diciembre de 2010

MI QUERIDA PRIMAVERA

La tía Jose siempre había ejercido mucha influencia en nuestras vidas. Ella era una mujer fuerte, muy distinta al resto de mujeres de su época. Mi madre sin embargo siempre estaba llorando y no disimulaba porque nosotros estuviéramos delante. La tía Jose por su parte no cejaba nunca en su empeño de que nuestra vida fuera alegre y jugaba con nosotros a todas horas.

Mi abuelo no sonreía nunca, metido en su cuarto de los inventos como la tía Jose lo llamaba pero donde nunca inventó nada. La tía Jose siempre estaba a nuestro lado.

Mi abuela siempre estaba enferma, con desmayos continuos y quejándose a voz en grito de sus múltiples enfermedades imaginarias que ningún médico pudo descubrir. Con la tía Jose sin embargo eran numerosas las tardes en las que mediamos los ataques de risa con el risómetro que más tarde resulto ser una simple radio estropeada... La tía Jose,..., la tía Jose era muy diferente a pesar de ser la que más razones tenía de quejarse de su enfermedad, de la que nunca supimos nada, hasta un día en que jamás olvidaré.

Faltaban cuatro días para la entrada de la primavera y aquel año la primavera parecía haberse olvidado de venir. Hacía un frío terrible que se metía por cada rendija de la ventana y hacía nido en nuestros huesos. Ya se había hecho norma el no quitarse la bufanda ni para ir a la cama. La reunión siempre se hacía en la cocina al amor del fuego de la cocina de carbón. Pero no siempre había carbón para encenderla. Aquella mañana la tía se levantó muy temprano, encendió el fuego y nos preparó un vaso de leche con mendrugos de pan y fue a despertarnos. “Ha llegado el momento, se nos olvidó llamar a la primavera y si no la llamamos sabéis que nunca llegará.”, nos dijo en un susurro, para no despertar a mi madre.

¡Caray!. No me lo podía creer, se nos había olvidado por completo. Todos los años escribíamos una carta a la primavera invitándola a visitarnos y aquel año se nos había olvidado.
- Hemos estado tan preocupados de abrigarnos y buscar carbón para el fuego – dijo la tía- que se nos pasó y ya sabéis que depende de vosotros.
- ¿Crees que será demasiado tarde?
- Si nos ponemos manos a la obra ahora mismo, tal vez no.

Sacamos una hoja de papel y empezamos a escribir rápidamente lo primero que se nos pasó por la cabeza.
- Alto, alto. Estáis yendo demasiado deprisa y esto no está quedando bien. Deberíais saber que cuanto más bonita escribáis la carta antes vendrá. Porque si es difícil de entender tardará en leerla. Si es monótona se aburrirá y la dejará a medias. Y si no nos esforzamos por escribir bien ni siquiera la entenderá. - La tía sabía de estas cosas más que nadie y si ella decía que era así, así sería.- Debe de ser breve y concisa, estar ordenada y sobre todo ser amable pero sin llegar a la ñoñería.- Ella había estado muchos años escribiendo esa carta, antes de que nosotros llegáramos. Y antes de que ella pudiera hacerlo, lo hacía la abuela y antes la bisabuela. Eso nos había dicho ella. Era una tradición que habíamos mantenido durante años en nuestra familia y de nosotros dependía que la primavera llegara o estuviéramos el año entero pasando frío.

Tratamos de tranquilizarnos un poco y empezamos a escribir algo más relajados. La tía como siempre tenía razón. Ahora las palabras salían con mayor exquisitez de nuestras mentes infantiles. Y aunque ella nos ayudó un poco, fue su consejo lo que más reforzó nuestras ideas.

- ¿Tía tu crees que no notara que la escribiste tu?- Pregunté después de ver lo bien que había quedado.
- Son vuestras ideas. ¿No? Eso es lo que cuenta. Además como ya os estáis haciendo mayores posiblemente no note la diferencia.- Cerramos la carta, le pusimos la dirección y el sello del innombrable. Se la confiamos a la Tía como todos los años para que ella se encargara de echarla al buzón.

Mamá no tardó en despertarse y el día pasó como todos los anteriores. Fuimos a la escuela y Don Leandro me hizo poner en pie para repasar los ríos. Quizás hoy no me acordaría de esto de no haber sido por una frase que se quedó grabada en mi memoria. Yo me puse en pié y repetí los ríos con cada uno de sus afluentes sin titubear. Era el cuarto niño que lo intentaba y los otros tres habían fracasado estrepitosamente, entonces Don Leandro dijo.
- Ríos de lágrimas lloraréis el día de mañana si no os aplicáis ahora.- ¿“Ríos de lágrimas”? No había oído nunca esa expresión y me fascinó tanto que me pasé el día entero imaginándome a mi madre llorando como solía hacer, pero esta vez sus lágrimas formaban ríos, con afluentes y todo, que iban a desembocar al mar. Mi madre si era capaz de llorar ríos de lágrimas y mi imaginación infantil la recordaría así durante mucho tiempo.

Cuando llegué a casa entré en la cocina donde mi madre lloraba como siempre manando ríos de lágrimas que iban a desembocar al mar. La miré tristemente y me subí al dormitorio de la tía para ver a qué jugaríamos hoy.

Iba a entrar a su dormitorio pero al no verla dentro me paré en la entrada. Una respiración angustiada me detuvo en seco. Alguien lloraba y sin previo aviso se cerró la puerta del armario que hasta ese momento había permanecido abierta. Eché un paso atrás y apoyé mi espalda contra la pared conteniendo la respiración. Era la tía Jose. La vi sólo un segundo pero jamás en la vida podría confundir a mi tía con nadie. Su gruesa silueta de luto riguroso se sentó sobre la cama, escuché con claridad el chirrido de los muelles, y desde mi escondite la pude oír llorar. Estaba desconcertado y al ver a mi tía llorar me sobrevino una tristeza brutal. A mi madre la había visto llorar durante tanto tiempo que ya lo veía como algo normal y nunca me había preguntado porque lo hacía, sin embargo lo de mi tía era diferente. ¿Qué le pasaría? Quise entrar a hablar con ella pero en ese momento mi hermano subía las escaleras y no podía dejarle que viera esa escena. Bajé y le propuse jugar al escondite detrás de las pilistras.
- ¿Qué te pasa José?- Me preguntó cuando llevábamos veinte minutos allí escondidos sin hablar.
- Nada.
- Estás muy serio José. ¿Te han regañado?
- No
- ¿Entonces porque estas serio José?
- Calla estoy intentando pensar.
- ¿En que? José. – Mi hermano quería saber todo y de momento no parecía saber nada, porque todo lo preguntaba.
- En nada. No pienso en nada.
- No se puede pensar en nada José.
- Por eso me resulta tan difícil, cállate.
- ¿Y en que pienso yo José?
- ¡José, José, José, José! Vas a borrarme el nombre.
- ¿Por qué José?

Había momentos en los que me desesperaba, pero como decía la tía yo era más inteligente y sólo debía convencerle de que en ese momento era mejor estar callado que hablar sin decir nada.
- Carlitos, vamos a jugar al escondite yo cuento y tú te escondes, no vale subir al piso de arriba ¿Vale?
- ¡Vale!- Me puse cara a la higuera y empecé a contar. Cuando había llegado a veinticinco de Carlitos ya no había ni rastro. Carlitos no era muy valiente y el simple hecho de que pudiera pillarle le haría aguantar en su escondite un buen rato.

Oí que la tía estaba en la cocina hablando con mamá y subí sigilosamente las escaleras. No podía quitarme la idea de la tía llorando de la cabeza. Fuera lo que fuera lo que la había hecho llorar estaba en su habitación. Me colé en su dormitorio como una sombra y abrí su armario. Una caja de bombones Elgorriaga con delicadas flores fue lo primero que vi. No quería un bombón pero mis manos corrieron hacia ellas, cautas de no poner nada fuera de su sitio. Al abrirla vi un montón de cartas atadas con un lazo rosa. No hubo ni un segundo de dudas, reconocí mi letra en la primera.

Querida primavera
C/ 21 de Marzo
País del buentiempo

Por un momento pensé que a la tía no le había dado tiempo de echarla al buzón. Deshice el nudo y comprobé que mis sospechas eran más que infundadas, pues mi letra estaba en todos y cada uno de esos sobres.

SS. MM. Reyes Magos
Camino de los regalos
Oriente

Escuche las muletas de la tía en la escalera y me tiré como un tigre debajo de su cama. ¿Por qué tenía la tía guardadas todas nuestras cartas? Las de los reyes magos, todas las de la primavera, los deseos de la noche de San Juan que debieron arder en la hoguera. Todo estaba allí, ¿cómo habría llegado la primavera todos esos años? ¿Cómo habrían sabido los reyes que yo quería el camión de bomberos? ¿Por qué lloraba la tía al ver esas cartas?

La tía entró en la habitación y mi cuerpo empezó a temblar sin control alguno. Si la tía me veía me cortaría las manos como hacían con los ladrones de los cuentos del desierto, que ella misma nos contaba por las noches. Ella detuvo su paso por un momento, pero siguió caminando, cerró la puerta del armario, que yo me había dejado abierta y se sentó en la cama. Chirrido de muelles. Yo, bajo ellos, era incapaz de abrir los ojos. Pero no parecía haberse dado cuenta de nada. Y fui recobrando poco a poco la respiración hasta que pasado un rato le escuche susurrar.
- José sal de debajo de la cama.- Hubiera querido morirme. No salí inmediatamente esperando que mis oídos me hubiesen traicionado.- José.- Volvió a repetir y por fin salí.
- Tía yo,...,- dije al salir, pero no sabía que decir. Con la cantidad de cosas que tenía en mi mente, no había nada que pudiera decir,- yo,...,
- Tu curiosidad ha crecido tanto como tu cuerpo y has descubierto algunos secretos. La verdad es que tampoco traté de ocultarlos mucho. Lo cierto es que hubiera preferido que me preguntaras antes de hurgar en mis cosas. ¿No te parece?- No estaba muy enfadada y me atreví con la primera pregunta.
- ¿Qué es esto tía?- susurré con voz temerosa.
- Todas tus cartas. Siéntate conmigo que voy a contarte algo- y me senté.- La primavera viene por si sola, los reyes magos somos los abuelos, tu madre y yo, los deseos de la noche de San Juan son solo eso deseos, que yo preferí guardarlos porque pensé que cuando fuerais mayores os encantaría saber que deseabais cuando erais sólo niños.- Cuando la primera lágrima estaba a punto de brotar de mis ojos me abrazó y siguió hablando con voz dulce.- No es tan cruel como ahora piensas esto se hace para que los niños mantengan una ilusión en momentos difíciles. Tú ya eres una persona mayor y deberás guardarle el secreto a Carlitos. No le diremos nada de momento. Pero aunque seas mayor llora si quieres.

Yo no lloraba porque los reyes magos no existieran, lloraba por cobardía. Quise preguntarle por lo que en realidad fui a buscar, la razón de su llanto, pero mis labios empezaron a temblar y las lágrimas ahogaron las palabras en mi garganta. Ella me consoló en su regazo. Acarició mi cabeza y me apretó contra su pecho en un abrazo eterno. No se cuanto tiempo estuvimos así, pero debió ser mucho. Podía oler el olor del jabón en su piel. Su tacto en mi piel. Pero nada de eso me confortaba como lo hizo antes.

Yo sólo quería saber porque había estado llorando, pero fui incapaz de hacerlo. Por un momento me vino a la cabeza mi madre, llorando sola en la cocina, y quise saber porque lloraba ella. Sin duda me faltaba todavía mucho valor, para preguntarlo. Después llegó a mí, la imagen de Don Leandro diciendo “Ríos de lágrimas lloraréis el día de mañana”. Y al día siguiente lloré ríos de lágrimas cuando se llevaron a mi tía al hospital a que le cortaran la pierna que le quedaba. Por primera vez me sentí unido a mi madre en un dolor real y adulto.

Por primera vez lloré como una persona mayor, y me preocupó realmente saber porque lloran las personas mayores.

 Autora: Nuria L. Yágüez



martes, 7 de diciembre de 2010

EL ANTERIOR ALCALDE

Vicente Holgado nunca puso demasiado empeño por demostrar a nadie, ni siquiera a si mismo, que supiera hacer otra cosa, más que aquella para la que el alcalde, le había propuesto. Y era por eso que nadie, ni siquiera el mismo, sabía lo que era capaz de hacer.

Cuando con doce años quedó huérfano de padre y madre, mandaron un nuevo alcalde y este le propuso como aguador del ayuntamiento, y como no hubo ninguna oposición, cada mañana, su único trabajo era mantener fresca el agua de todos los botijos del ayuntamiento. Se lo tomaba muy en serio. Y lo hacía muy bien. Cuando el agua corriente llegó al ayuntamiento, Vicente Holgado creyó que su vida laboral terminaría allí mismo,
 Autora: Nuria L. Yágüez

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miércoles, 1 de diciembre de 2010

SAN BORONDON


         A la tía Jose la habían bautizado como Josefina, pero decidió que la llamáramos Jose, cuando notó que el “fina” lo iba perdiendo conforme ganaba kilos. Pasaba de los 120 y eso que la faltaba una pierna. Mi hermano Carlos y yo siempre quisimos pesarle la otra, para ver cuanto podía llegar a pesar en total, pero ella nos decía que no quería quitársela pues la había llegado a tomar cierto cariño y temía dejársela olvidada en cualquier rincón. Carlos y yo sabíamos perfectamente como la había perdido pero nos encantaba escuchar sus historias, que en ocasiones cuando nos daba contestaciones así, y se quedaba tan fresca, nos dejaba boquiabiertos. En la época en que perdió la

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