Vicente Holgado nunca puso demasiado empeño por demostrar a nadie, ni siquiera a si mismo, que supiera hacer otra cosa, más que aquella para la que el alcalde, le había propuesto. Y era por eso que nadie, ni siquiera el mismo, sabía lo que era capaz de hacer.
Cuando con doce años quedó huérfano de padre y madre, mandaron un nuevo alcalde y este le propuso como aguador del ayuntamiento, y como no hubo ninguna oposición, cada mañana, su único trabajo era mantener fresca el agua de todos los botijos del ayuntamiento. Se lo tomaba muy en serio. Y lo hacía muy bien. Cuando el agua corriente llegó al ayuntamiento, Vicente Holgado creyó que su vida laboral terminaría allí mismo,